Afortunadamente,
la mujer de nuestro tiempo, no es esa sufrida madre, que educa a sus
hijos en la fábrica doméstica que produce el “machismo”, la
atmósfera de igualdad que respira la mujer de nuestro tiempo, la
sitúa en un alto grado de inteligencia, conocimiento y voluntad, que
trasciende a convencionalismo, comparaciones y tópicos...pero, no es
menos cierto, que la lucha contra el “machismo” de la mujer de
hoy, vuelve a chocar con esa atracción fatal de la imagen exterior,
que rinde culto desenfrenado al cuerpo y hace de la cosmética, un
arma de seducción masiva, en un mundo competitivo que presume de
liberal en cuanto a la importantísima apariencia que se le concede
al sexo.
Aunque
parezca apología de “machismo”, hay una cierta evidencia entre
el amor desmedido hacia un hijo, con respecto de una madre, -que por
exceso o por defecto de cariño-, está fraguando en la personalidad
de un hijo, ese arma arrojadiza que se podría volver en un futuro
contra ella. He oído afirmar por algún medio, en palabras de la
misma Presidenta de Andalucía, que la mujer por el hecho de ser
mujer, es objeto de violencia de género, también puede ser no menos
cierto, que el hombre, por el mero hecho de ser hombre -el macho-
dominante, también puede ser el autor de esa violencia, de hecho, se
presenta como el culpable en la mayoría de los casos criminales. Sin
que ninguna de las anteriores consideraciones, se ajusten por sí
solas a la razón, ni respondan a la verdad.
Todos los
hombres criados como príncipes, no son “machistas”; así como
todas las mujeres “educadas” como princesas, no son objeto de la
violencia de género. Ya hay pocas mujeres resignadas al maltrato
continuado y muy pocos hombres ejerciendo en la práctica como
verdugos de la violencia de género (aunque haberlas y haberlos,
hail@).
El
porcentaje que existe, se reduce a unos mínimos enfermos, salvajes,
terroristas, sentenciados al exterminio, que aprovechando el síndrome
de Estocolmo que padecen sus respectivas parejas, por temor a
represalias contra los más pequeños y otras cuestiones
psicológicas, como el miedo,la dependencia y el bloqueo mental,
llegan hasta el final de estas terribles historias de irreparables
consecuencias.
Lo que
ocurre es lo de siempre, que una manzana podrida, contagia a todo un
cesto; que las ratas acorraladas son tan repugnantes como peligrosas
y que la violencia aislada en comandos y viviendo en pisos francos,
mientras no causen sospecha o llamen mucho la atención, pueden hacer
volar por los aires, el día menos pensado, la estructura y el
ordenamiento pacífico de todo una sociedad libre y democrática,
cada vez que salta a la luz pública un nuevo caso de violencia de
género.
La familia
por regla general, ha dotado a la mujer de una sólida base en cuanto
a cultura e inteligencia se refiere. La mujer que no ha tenido la
oportunidad de estudiar en una facultad, se ha encargado, por méritos
propios de labrarse su provenir a través del mundo laboral y cada
vez se ha hecho más libre e independiente, se ha blindado de
información y cuenta con las suficientes armas de prevención e
inteligencia, como para no caer en la red de intimidación,
persecución e instinto dominante que le puede tender su pareja, y
si por cuestiones sentimentales, de pasión, amor y fiel entrega,
llegara a caer, cuenta a su alrededor con los medios humanos y
materiales suficientes, para salir airosa de dicha emboscada, siempre
que mentalmente mantenga capacidad suficiente para discernir entre lo
que es voluntario consentimiento y forzado abuso.
El principal
peligro que corre el hombre, en este sentido comparativo, es que los
nuevos tiempos de igualdad de oportunidades, le han hecho caer de la
peana donde estaba anclado como icono del sexo fuerte, dominante,
trabajador que lleva el sueldo y casa y cabeza de familia venerable.
La otra gran mujer de su vida -su madre bendita y admirable- lo
observa desde la decadencia de su vejez y no le cuadra aquello de lo
paritario; el reparto de tarea, la imagen del hombre implicado, que
cambia pañales, pone lavadoras, tiende, plancha y comparte al 50%
las obligaciones y deberes domésticos. Todavía, la antigua mujer,
en su vieja fábrica de “machistas”, contempla estupefacta, la
caía del hombre moderno, desde su sillón de orejas, hasta las
labores que tradicionalmente, correspondían a la mujer de su casa.
Este perfil ha evolucionado; el hombre ha perdido su trabajo, su
dignidad como persona y en algunos casos, muchos casos, no ha
recobrado esa otra dignidad de servir en casa a partes iguales,
desarrollando el trabajo ingrato de las tareas domésticas; no se ha
resignado a ello, como la mujer, tampoco se ha resignado ser la
esclava, que además de llevar el sueldo a la casa, se encontraba con
el hombre abatido, pesimista y distante, en nada dispuesto a perder
su etiqueta de cabeza de familia.
Todos estos
ejemplos y nuevas situaciones, han ido mermando la estabilidad de las
parejas que no estaban suficientemente cimentadas y han servido de
caldo de cultivo, para influir negativamente en las parejas
acostumbradas a capear todo tipo de adversidades. La mujer, como era
lógico, se ha revelado, ha dicho basta -somos legión- de feminismo
y el hombre con sus defectos de fábrica, ha contraatacado haciendo
valer su fuerza y violencia de género.
Naturalmente,
en la realidad, la mayoría de los hombres y mujeres que forman
pareja, saben que ambos son igualmente necesarios; saben que sin
respeto no hay amor que valga; están suficientemente mentalizados y
preparados, desde el primer momento, desde el minuto uno, que el que
te quiere bien, no te hará llorar; que el que te quiere bien, no
levantará su mano sobre tí; no señalará tu cuerpo; no vivirá
para ello, puesto que no hay perdón ni suficiente lástima, por
mucho que medie la indefensa presencia de los hijos:
Mujer, pide
ayuda desde el minuto uno, ¡grita y abre de par en par las ventanas,
para que te oigan! No consientas al maltratador, aunque lo quieras
con esa locura, que puede ser causa de tu muerte. Imagínate, si lo
quisiste tanto, como puedes llegar a querer a alguien, que te
respete, ame y te devuelva al sitio que te merece.
Un
apunte final, antes de sembrar el odio infundado, que puede salpicar
a todos los hombres en general, tachándolos de “machismo”, sepan
las “feministas”, que existen muchos hombres, víctimas de la
misma o más grave violencia de género, y que por miedo, temor al
ridículo o vergüenza generacional, no se atreven a denunciar. Es
una violencia sorda, que sin llegar o incluso llegando a lesionar la
integridad física, atenta contra la autoestima y dignidad del
hombre. Está fundada en la mujer que se crece por el éxito de su
trabajo, la sensualidad y el físico atractivo de su imagen, que no
tiene recelo en contraatacar, haciendo valer el lugar privilegiado
que ocupa en orden a su profesión y marcada independencia económica,
y arremete contra su pareja -en este caso el hombre- acusándolo de
vago, inseguro, incompetente, inepto, inútil, etc.,etc, haciendo
leña de ese otro árbol injustamente caído por la mansedunbre, en
una sociedad , pesimista, acomodada y claramente sumida en la
decadencia.
Luchemos,
codo con codo, porque la víctima, cualquiera que sea el sexo, no
acabe actuando en un futuro, como maltratador.
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