ROCIERO a medias...
Soy rociero de medio camino, rociero de salida; de andar tras el Sinmpecao hasta Bormujos; conozco la pará a la caida de la tarde, el olor del campo en Juliana cuando las carriolas hacen el corrillo y el sol se vá poniendo filtrando su oro viejo entre los pinos. He visto el rocío de la mentira y la vanidad, pero hay tantos rocíos con medallas en el pecho, tantos rocíos en diferentes momentos, que todos sucumben ante las luces del Simpecao, polvoriento y magestuoso a la vez, cuando llega con los primeros brillos de la noche empujado por la emoción de los peregrinos de verdad. He visto los seudo rocieros que van a lo que van; los que acechan y se soslachan tras la estampa en los sombreros y la bendición de una mesa bien costeada; pero también he visto el verdadero valor de la oración bajo las estrellas; el santo rosario íntimo de la gente de hermandad; las velas en la yunta, esa antigua expresión de cansancio dichoso
en los rostros de mujeres y niños contemplando el Simpecao, cuando el coro en la intimidad le canta aquellas sevillanas de gines convertidas en toda una letania del camino. El camino...quien puede hablar del camino, sin gozar sus amaneceres, sin despertar al susto y la maldición del estallido de los cohetes endulzados por la diana del tamborilero; el Simpecado reinicia su marcha, no espera a nadie porque sus incondicionales ya se aferraron a su barra, mucho antes que al aguardiente de alosno y las tortas de aceite, la segunda jornada es dura y preciosa como las lentejuelas de los bordados, hay que atravesar el vado del quema (jordán de la tierra de promisión)-un año más me quedo con las ganas de bautizarme, pero sé que mi medalla vá en el cajón, haciendo todo el camino que me fala por vivir y que ya he bañando con las lágrimas sin vivirlo, viéndolo através de la pantalla: la Salve en medio del vado, los pétalos de flores como nenúfares en las aguas, los ¡vivas! Interminables, los abrazos y la suelta de palomas buscando la espadaña del Palacio de su Reina. Rociero de clarioscuros como escribo, de verdad a media, que busca el sábado a la Hermandad de su barrio macareno, para cruzar el ajolí con su gente entre el polvo y la jarana que supone llegar al Rocío alcanzando el sueño. Los que van a lo que van, ya se han perdido, te hablarán de casas donde la alegría de la espera se confunde con una bacanal escudada en el grito de guerra del !viva la Virgen!, pero allá por donde mires, encontrarás motivos suficientes para emocionarte, ya sea con Triana y Huelva en su multitudinaria presentación, arrastrado por la plegaria incesante del “aquí estamos otra vez, para decirte que te queremos, otra vez” ó la miscelanea de sonidos de campaniles y el trasiego impenitente de perigrinos llegados de todas las partes del mundo. Donde mires, habrá rocíos diferentes, pero todos convergen en la ermita blanca apretados frente a una reja universal; a sus plantas la poesía, del cantar, el lirio marismeño, la amapola florecida en oración de inescrutables promesas, el llanto de las alegrías y el gozo de las penas; ay, mía Madre del Rocío, tu eres la Virgen que más se disfruta, que más se roza y toca, que mejor nos consiente. Pura realidad del caos, previsto y organizado, tormenta de devoción de tus dueños que parece que van a destrozarte en un alarde de milagrosa sinrazón que para los pulsos del mundo, mientras tu sonrisa enigmática y reveladora, desafía a las leyes y sale intacta y airosa para sobrevolar las marismas. Así te vé un rociero a medias, dispuesto a hacer el camino completo de la vida sólo cuando tu lo llames.
Porque está mi “Simpecao”
En el sitio ya dispuesto,
Visten los hombres de corto
Y huele el aire a romero
En San Gil, que sabe tanto
De Esperanza en el recuerdo…
Es verdad que ya su Plaza
Tiene el colorido intenso
De las batas rocieras
De las flores en el pelo
De los zahones y espuelas
De cintas en los sombreros
De las yuntas de los bueyes,
La Medalla y el pañuelo,
Los madroños, las guirnaldas
Y la “ijá” del carretero…
¡Ea ya, Esperanza nuestra!
El “Simpecao” es un portento
Que avanza majestuoso
Entre las naves del Templo.
El hermano que lo porta
No cabe en su propio cuerpo,
Todo es gozo y emoción.
Todo lágrima por dentro.
Todo suspiro y temblor,
En su afán por mantenerlo,
En el aire, donde todos
Podamos sentir su aliento..
Hasta llegar al umbral
Donde el sol hilo de fuego
Lo bañe con los más dulces
Rayos del oro más bello…
Y la flauta lo salude,
Y el coro arranque a su encuentro.
Con la plegaria encendida
De sus más tiernos requiebros.
Y se fundan las gargantas,
Con los ¡VIVAS! Más intensos...
Y un júbilo de campanas,
Entre una lluvia de pétalos,
Anuncie a los cuatro puntos
De la rosa de los vientos
¡que ya se vá pá er Rocio...
El “Simpecao” Macareno!!