lunes, 3 de noviembre de 2008

EL LLAMADOR





Ha sonado “el llamador”, un aldabonazo que retumba en mi pecho despertando una nueva ilusión. Arropado en la cama al filo de la gélida noche invernal. Acarician mis oídos las voces amigas de: Fran, Charo y los antonios, crujidos del baúl de la memoria entreabierta en el oscuro desván de la noche. Dulce olor conocido de lo nuevo por conocer, primavera que pasa de puntillas para no despertar los albores de la sospecha, que ya ensaya sobre los pies por las calles solitarias. El alma a solas se deja llevar por la voz inseparable, para escudriñar los pasillos callados de la vieja sacristía, subir al sacrosanto camarín de la intimidad y admirar lo que unos pocos privilegiados presentan ante los ojos atentos de la imaginación. El sueño se hizo música en las notas de fondo de Margot, las esencias de la cocina casera destaparon el sentimiento, crujieron las rosquillas del sabor, como crujen las trabajadoras frías en los almacenes dormidos. Un pregón imposible nombró a usanza de anónimos diputados, nuestras soñadas papeletas de sitio, repartiendo “ciriazos y sahumerios” para sacar a las ondas la ansiada cofradía de la cuenta atrás. Ha sonado “el llamador”, tres golpes secos en la hora nona de la cuesta de Enero, que estremece  los naranjos en fruto. Aun no huelen las brumas de incienso, pero ya esboza un aroma callado, el eco de las voces amigas. El día menos pensado, cuando el gozo que está por llegar nos haga olvidarnos de pensar en él y nos despierte el llamador convertido en realidad en la voz de Antonio, mandando “tranquilos”, nos despertaremos con las mejores galas y en la amena compañía inseparable de esos “pinganillos”, que desde el barrio León, hasta el Cerro, nos llaman arrebato de anhelados encuentros. Por la nueva calle del Cristo de las Cinco Llagas, irá sonando el llamador, para que las andas se paren frente al imponente altar de Cultos, en la penumbra azulada del prisma encendido, a la luz de la cera, el pregonero alza su voz y llama: ¡cuando quieras...estamos puestos!

miércoles, 29 de octubre de 2008

LOS CELOS DE DIOS

 María, acabo de ser requerido por Don Pedro Salcedo, mayordomo de la Hermandad del Traspaso que tiene capilla propia en el Convento del Valle, para ejecutar las tallas de Jesús del Gran Poder y San Juan Evangelista. Por los visto las ilustres cofradías fundadas por los Caballeros catalanes merced a las hechuras del Cristo de la Conversión, así como la que presta Socorro a los encarcelados, con el crucificado del Amor, han quedado conformes y satisfechas con mi trabajo. Alabado sea el Santo Cristo del Amor, tu obra predilecta –mi señor- que por la devoción que inspira, milagros divinos nos concede al no faltarte consideración y trabajo. Pues no lo creas –mi bien- que aunque doy gracias a su bendito nombre por la unción que producen mis imágenes y la Fe que transmiten al pueblo, razón no me falta cuando me quejo de la desidia con que las juzgan los caballeros venticuatro de esta noble ciudad y sobre todo la indiferencia que le profesa mi mentor y maestro Don Juan Martinez. Sepa vuesa merced, Don Juan de mi alma, que las cosas de Dios estan lejos de la vanidad del hombre y mientras más encumbrado este, con mayor pereza y dificultad verá la auténtica sencillez del arte. Repose, pues mi adorado esposo junto a mi lecho y aparque sus cuitas, que esa tos que le precede no empieza a gustarme nada. Soñó el “divino ignorado” con la cabeza de Cristo –su Cristo- no tendría la factura exquisita del de la Buena Muerte, la dulzura inclinada hacia el hombro derecho, que había embriagado de admiración a la casa exprofesa de los Jesuitas de la Anunciación; no tendría la anatomía perfecta, ni el realismo hecho belleza barroca de sus célebres crucificados; ni en su tronco se apreciaría el riguroso post mortis, fruto de sus profundos estudios humanísticos y observaciones forenses. El mismísimo Pacheco lo había comentado con cierto desdén en sus tertulias de galería de ilustres sevillanos, hasta en la Cofradía a la que ambos vecinos de collación, pertenecían, en San Antonio Abad, se murmuraba , pues era público y notorio la admiración que producían el Santo Cristo del Amor y el de la Conversión, cuando procesionaban por Sevilla. A sus treinta y siete enfermizas primaveras, el Divino Juan, tenía al Señor de Sevilla en la cabeza, tan sólo le faltaba darle forma, imprimirle la fuerza del Dios hecho hombre, imponente zancada de realismo y plasticidad- y aquel otro “Dios de la madera” al que adoraba como maestro- también lo sabía; sabía que su discípulo se había consagrado como el genio de esa fuerza que desprendían sus portentosas imágenes, capaz de desbordar verdaderas riadas de sentimientos en la fé del pueblo. DE ahí los celos de Dios, que fueron la sombra en la corta vida del Divino hombre. María Flores, así se lo confesaría al Señor de Sevilla, hecha Valle de Lágrimas, cuando en 1.627, daba cristina sepultura a su amado esposo, desde la Pasaderas de la Europa hasta la Iglesia de San Andrés. Juan de Mesa y Velasco, tenía tan solo, cuarenta y cuatro años de edad. Por causa de estos celos, sus magistrales obras permanecieron ocultas, durante tres lustros para la historia de esta heroica ciudad: “Ego feci Joanes de Mesa, anno 1.620."
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domingo, 26 de octubre de 2008

José Antonio NAVARRO ARTEAGA

Tal es la inspiración, causa de una saeta que el dios del genio dispara con insultante acierto, directa al corazón. Quizás no lo sepan tus manos llenas de pasión que solo se afanan por descubrir los sueños que concibieron tus ideas plasmadas en el noble cedro donde estan enterrados los tesoros de la forma. Quizás no lo sepan tus manos cuando aprietan tan fuerte al que te tiende la suya para darte la enhorabuena. No, no lo saben, porque he visto en tus ojos un brillo extasiado, un brillo que sin dejar de estar entre nosotros, te abraza y eleva hacia otro plano. Es la luz cegadora e incierta de los que están donde no saben, porque saben muy bien donde están, en la búsqueda incansable del brillo fugáz de los contraluces, de los juegos y la sombras que se van almacenando en la memoria para que su talento las cobre a golpe de gubia y formón. Tal es la inspiración, un sinvivir que no te deja en paz, hasta que te encierras a solas con ella entre las cuatro paredes de tu taller de Triana y continuas despachándola delirios de genio. Mucha gente ya disfruta, cada vez somos más, con esa Paz que no deja vivir a José Antonio Navarro Arteaga, la hemos sentido al contemplar el rostro del Divino Perdón de Alcosa y nos ha echo quedar mudos en Santa Ana, cuando pasa el silencio escapado del mismo s.XVII, en la Pasión Y Muerte de cristo en la cruz. El don de crear, no tiene precio, quien nos acerca al hijo del hombre a imagen y semejanza de nosotros mismos, se endiosa como ser humano y además si es humilde, como Jose Antonio Navarro Arteaga, sientes en el apretón de sus insignes manos, el calor de quien no se lo tiene creido. Como “natural de Sevilla”, me siento orgulloso de ser conocedor devoto de vista y seguimiento de su obra, de gozar como contemporáneo de lo mucho y bueno que puede regalarnos con la consagración de su imaginería. Ante tanta mediocridad y relativismo, José Antonio ha conseguido que la escuela sevillana, vuelva a ser la “ciudad Jardín” de la Esperanza.
http://www.artecofrade.com/artesanos/index.asp?cod=1 (su obra)

miércoles, 22 de octubre de 2008

EL CABALLERO VEINTICUATRO




La Augusta Dama descendió de las alturas, dejando su silueta de bronce en la cúspide del Alminar, casi sin tocar suelo, sus leves plantas cruzaron la Alcazaba y se posaron en la abierta claridad del Patio de Banderas, antes de perderse por el callejón del Agua, una antigua fuerza irresistible, le hizo girar su egregia cabeza, para contemplar la Giralda enmarcada en el medio punto. Se adentró en los jardines, acariciando el sueño de los tallos desnudos preñados de rosas, nadie como Ella comprendía que el otoño era su primavera inolora pero esencial. Se recreó por la angostura de San José admirando –una vez más –el barroco de Madre de Dios, los primorosos azulejos candelarios y el perfil romo de la casa palacio de los Ibarra. De pronto se vió inmersa en el laberinto de la judería, donde hasta las furtivas buganvillas quisieron saludarla desde el enramado seco de las tapias. Su mano de nieve golpeó tres veces la aldaba, el maestro que la esperaba ansioso, salió a recibirla con la emoción reflejada en su rostro: ¡Cuánto honor, mi Señora!. La ilustre pareja se dirigió paseando hacia el Postigo en ameno diálogo, la mañana era gris y la lluvia añadía un toque de distinción al intercambio de mutuas impresiones nostálgicas. Al llegar a las antiguas Atarazanas, bastó el cruce de una mirada de complicidad, para postrarse a orar ante el Cristo de las Aguas en la capilla del Rosario. Por fín alcanzaron su destino, no más cruzar el umbral del jardín brotaron los claveles de la bienvenida, florecieron las rosas de la caridad venerable y el verde de las plantas se estremeció de gala. Ya podeis bajar del pedestal, mi querido caballero –susurró la Señora- ante el beneplácito del maestro. Los tres próceres ocuparon un polvoriento banco cuyo asiento se convirtió en ojana. Charlaron de lo divino y humano, el caballero venticuatro, se deshacía en elogios ante la vieja Dama, no tenía palabras para agradecerle la feliz restauración de su cuadro predilecto. Su graciosa majestad, conoce a la perfección lo que significa esta obra para la Hermandad. Maese Murillo, puede dar fé de estas palabras y de mi insolente insistencia en que plasmara dos ejercicios caritativos que debían cumplir los miembros de la Hermandad. Una de ellas es asistir a los enfermos durante su curación y darles de comer como se recoge perfectamente en esta obra. Murillo presenta a la santa rodeada de leprosos a los que cura con sus propias manos. Los enfermos están representados con absoluto realismo, apreciándose incluso sus padecimientos y dolores. La santa lava la cabeza de un joven asistida por varias damas que visten elegantes trajes, contrastando con la pobreza de los ropajes de los tiñosos. Tras ellas se contemplan las lentes redondas de una mujer. La escena se desarrolla ante una monumental arquitectura como era habitual en esos momentos -véase la serie del Hijo pródigo- creando una composición piramidal que tiene como eje a santa Isabel. La luz dorada baña todos los personajes para crear una atractiva sensación atmosférica que diluye los contornos pero no omite ninguno de los detalles como las calidades de las telas o los reflejos en la palangana de metal. Al fondo, teniendo como escenario un espectacular pórtico, contemplamos una segunda escena en la que se representa a santa Isabel dando de comer a los pobres, segunda parte del ejercicio caritativo entre los hermanos de la Caridad, de los que Murillo era miembro desde 1665.. El maestro suspiró visiblemente emocionado ante las vibrantes palabras del caballero venticuatro y la vieja Dama, asintió, radiante de orgullo y satisfacción: Sabed, venerable caballero, que esta obra maestra, recuperada felizmente en todo su esplendor, permanecerá expuesta en el Palacio Real de la Villa y Corte unos meses, para regresar a su hospitalaria sede de origen –es decir su casa- donde hará las delicias de todos sevillanos y visitantes que deseen contemplarla. En esos precisos instantes, un viento de otoño –sereno y tibio- volteó las hojas del jardín y los tres insignes personajes, volvieron a depositar el alma en sus respectivas ubicaciones; la Giralda, la judería y el compás de la Santa Caridad, donde la estatua del caballero venticuatro se erigía orgullosa contando los días para dar las bienvenida a tan querida obra.

domingo, 19 de octubre de 2008

LA ESPERANZA DEL PUENTE CEDRON

 Al barrio del bonito nombre: Ciudad Jardín, llega la Esperanza, la Esperanza de un Cristo completo, que sin ser cautivo ni nazareno atraviesa el único puente cofrade que le faltaba a la Pasión según Sevilla, el torrente Cedrón. Llega como titular de la ferviente Agrupación Parroquial establecida en la Milagrosa y desde que el genio de Navarro Arteaga presentó su boceto y espectacular maqueta, ha levantado verdaderas ampoyas de espectación por su atrevido diseño innovador y sobre todo por los anhelos e ilusiónes que ha despertado en el barrio. Parece ser que estos cofrades de Ciudad Jardín están haciendo las cosas bien desde el presente, que es el único futuro que en realidad conocemos, la Virgen del Rosario dá buenas muestras de ello, por su singular estilo clásico bajo Palio de reminiscencias góticas. Al barrio del bonito nombre llega la Esperanza desde la intimidad del estudio del joven genio trianero, al que le habrán temblado las manos cuando le imprimía los últimos repintes y asaltado la duda paulina al susurrarle las primeras oraciones intactas: “Señor, porque a mí...¿a qué yo?”. Si en pocos días, serán cientos los devotos que te estrenen devoción y ante tí se postren, buscando la Esperanza incierta en Aquel que la dá gratuitamente. A las trece horas del día 19 de Octubre de 2008, tras el duerme vela y las caricias primeras de quienes tuvieron el privilegio de transportaste, será Bendecia canónicamente su Imagen, aunque este Cristo completo de la bendita Esperanza con portentosa zancada de Gran Poder y escorzo, con su acertada y sencilla túnica verde de arpillera y sus greñas caidas sobre el hombro derecho, dejando primorosamente al descubierto sus magníficas hechuras, sea precisamente el que hoy -día histórico- para el barrio del bonito nombre de Sevilla, nos Bendiga a nosotros. Ya puedo contar a mis nietos, que yo estuve allí, en esta soleada mañana de otoño, cuando las palmeras de la ciudad jardín que festonean el compás de la parroquia, se estremecieron al ver salir de las dependencias, la Imagen Portentosa de Nuestro Padre Jesús de la Esperanza en el puente Cedrón. Demos gracias.

martes, 14 de octubre de 2008

JUANA, la sillera

(antiguos oficios)
Qué nos gustaba tocar la campanilla de las cancelas de las casas bonitas de nuestra calle y salir corriendo. Entrar en esos zaguanes de zócalo alfarero y patios de exuberantes helechos, para huir de los gritos de las señoras que se acordaban de nuestra puñetera madre. Estaba la tienda de Alfonso –el tendero- que yo no sabía que tenía un ojo de cristal hasta que se lo oí comentar a las vecinas. Alfonso nos cantaba aquello de “fulanito del andandito del picopicopito del tonto bilito y nosotros nos quedamos embobados, viendo como extraía el aceite debajo del mostrador a través de un émbolo, para llenar las botellas de “la casera” del líquido puro de oliva. Alfonso, una onza de chocolate virgen de los Reyes o la campana de Elgorriaba para meterle en la cueva del pan sin miga y merendárnoslo. Alfonso, dame una peseta de castañas pilongas en aquellos cartuchitos perfectos de papel de estraza ó la mitad del cuarto de lentejas, judías blancas, garbanzos, que despachaba de aquellos sacos remangados con la pala de mano, directamente a la báscula sobre el papel con el que hacía un cartucho doblando las dos esquinas inferiores y cerrándolo a modo de sobre con una endiablada pericia. Dos casas más arriba, vivía Juana, la jorobada con cara de bruja más dulce del mundo. Su casa era una especie de sótano, por el que se bajaba a un habitáculo lúgubre de unos 20 metros cuadrados, a través de cuatro escalones. En el centro de la sala estaba la mesa de camilla, donde siempre permanecían sentadas dos mujeres muy cariñosas con los niños, cuyos rostros recuerdo vagamente. En un rincón se vislumbraba la cama niquelada, había un aparador lleno de cachivaches, presidido por una imagen de barro de 50 cm aproximadamente de María Auxiliadora, policromada que a mí me tenía fascinado. Juana vendía chucherías para los niños y a su casa bajábamos a comprar cartuchos de pipas, chicles bazoca, arazú-paludú- o regaliz del gato y sobre todo; tiras de chiquitraque y “lentejas de mixto” que hacían las delicias de nuestras pistolas y rifles de reyes magos. Juana dominaba el añejo oficio de reparar los asientos de las sillas con nea, para ello, permanecía la mayor parte del día subida a los dos escalones, con medio cuerpo asomado a la calle y la silla sobre la acera para poder trabajar a la altura adecuada, desarrollando el oficio con sobrada maestría, ayudada tan sólo de sus hábiles manos y de un trozo de madera a modo de hoja de cuchillo para ensartar los mimbres. Cuando a los chiquillos nos entraba la “guagui” –como decían nuestras santas madres y no teníamos nada mejor que hacer, nos dedicábamos a correr delante de las narices de Juana, gritando: “Juana la catalana, se tiró un peo por la ventana”…y la buena de Juana se cagaba en la mismísima madre que nos echó por…profiriendo palabras injuriosas contra Dios, la Virgen, los Santos y la iglesia. Todo era de boquilla para afuera, porque Juana la bruja jorobada más dulce del mundo, era tan hermosa por dentro y nos quería tanto que nos hacía de vez en cuando unos delicioso flanes chino mandarín en sus moldes de aluminio ondulado, cuyo aroma , sabor y textura no hemos vuelvo a probar, porque tenían el secreto mejor guardado por el recuerdo. ¡Que nos gustaba jugar a correr timbres y campanas de los gloriosos patios de palmera con olor a comino y alhucema en las tardes de libertad en pandilla de niños callejeros de travesuras inofensivas!

jueves, 9 de octubre de 2008

DIOS DIRÁ

DIOS DIRÁ ¡Vámonos, Francisco que tu puedes!, te sobran fuerzas para llevar al Señor de la Divina Misericordia un viernes de Dolores, como te sobran fuerzas para estrenar la ilusión de tu costal el Domingo de Ramos, bajo las trabajadoras del Señor de la Sagrada Cena; como nunca te han faltado para levantar el costero de la Virgen de Gracia y Amparo y vibrar con la Caridad del Baratillo con aires de pasodoble torero. ¡Paquito, que tu puedes!, será lo que Dios diga, lo que dicte tu Cristo de los gitanos a partir de mañana, cuando te iguale en el quirófano de la mala tarde que la tiene cualquiera, y se haga su Voluntad en las largas veladas de ensayo y rehabilitación que te esperan. No te duele el dolor de la fractura, ni te asusta lo complicado de su intervención quirúrgica. Te puede sólo la rabia y la impotencia, el reloj implacable de unas fechas que inexorablemente caen encima de tu pensamiento, con más kilos que el suntuoso palio de la Virgen del Subterraneo. Lucha con esta trabajadora indeseable de la vida, aprieta los dientes, mete riñones, kilo –mi arma, que tu puedes- y si el Señor de la Salud no quiere, acepta su Divina Voluntad, porque él como buen calé, sabe escribir derecho en los renglones torcidos. Cuando el efecto de la anestesia te pose en los brazos de Morfeo, soñarás con tus voces de terno negro, la voz suave y al mismo tiempo recia de Rafael Díaz, tu capataz paterno, ese que llora mandando y comparte el peso de la responsabilidad, mimando a la buena gente que quiere a su madre Santísima: ¡Paquito, llámate –mi arma- no se puede hacer mejor, qué obediente ere, corazón! Y oirás también la voz de su hijo Rafael, el largo y cálido abrazo de quienes saben que eres su peón de confianza, garantía de entrega y casta: ¡Kilo, duro con él valiente!...y todos los miembros de las cuadrillas, saldrán a tu encuentro para hacerte el relevo que te mereces. Y tú como obediente que eres, en eso no te gana nadie, aprenderás de memoria la lección que nunca acaba de enseñarnos la vida y alguien que te quiere bien sentenció al verte postrado en esa cama: “compadre, si hubieras sacado el domingo a la Virgen de la Encarnación no estarías así”. ¡Vámonos, Francisco que tu puedes! Y mañana, Dios dirá, Tu Cristo de los Gitanos, nuestro Padre Jesús de la Salud y no hay nada que temer puesto que estas en buenas manos: ¡Vámonos –kiko mi arma- que tu puedes!.
A mi cuñado Kiko, que quiero como a un hijo; por si no lo sabe.

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