jueves, 11 de noviembre de 2010

Tres cuartos al Pregonero



Como cada año, suelo dar mi opinión acerca de la persona designada por el CGHHCC, para pronunciar el pregón de la Semana Santa. Tal vez pueda ser debido a, que pienso poco lo que digo,  que voy a expresar lo que pienso: en primer lugar felicitar sinceramente a la persona designada en esta edición, D. Fernando Cano Romero, para a continuación desearle la mayor de la suerte, pues como “cofrade de Sevilla” –no digo ya, sevillano de nacimiento, creo que supone el mayor de los honores. (que se meta la mano en su pecho o la descanse sobre los evangelios, quienes –de cuantos escribimos y nos atrevemos a expresar lo que sentimos por y para la “vieja dama”, no nos gustaría alcanzar la cima, donde la esencia de la misma ciudad entera se sienta, para escucharte y ser escuchada). Pero como ocurre cada año, independientemente de los merecimientos y la personalidad del designado, siento la inquina de cuanto rodea a este desconcertante “mundillo de las cofradías”, derramarse por los rincones de esta ciudad de la falsa moral y el histrionismo. El ronroneo de los que. creyendo haberlo descubierto todo, se inventan ahora la mañana esplendorosa del Pregón, para dedicarse a visitar los Templos de los tradicionales besamanos, huyendo de las multitudes vespertinas, porque afirman –“sensiblemente contrariados”- que ya no creen, ni en el mero acto institucional del Pregón, ni mucho menos le apetece, escuchar –una vez más- la lotería del Pregonero. Me exaspera este tipo de cofrades del “ji-ji-ja-ja”- pseudo aprendices de sabios- maestros de las cortinas de humo, que luego se dedican a escribir o despotricar, en función de la ventaja que le dé el éxito o fracaso crítico del Pregonero. Claro que si el Pregonero, forma parte de su círculo, hermandad, tertulia o blog-facebook  favorito, la campaña a su favor será tan estrambótica como desproporcionada.  Pienso que en las últimas décadas, se ha producido un fenómeno indeseable de desprestigio y hasta difamación de un acto que en sí suscita la mayor expectación de vísperas y abre al mismo tiempo las puertas a esa gloria efímera que vivirá la ciudad del brazo de su novia la primavera. Es fácil acusar a los medios de comunicación, en estos tiempos, donde las redes sociales y el directo llega a meterse en nuestras vidas controlándolas como si de un “reality-show” se tratase. Así sabemos de ante mano que los futuribles pregoneros tienen nombres y apellidos, que forman parte de una lista que se va filtrando por tertulias y saraos, webs, blogs y el “gran hermano de Factbook”, hasta hacer pleno en las quinielas del capirote con aviesa intención, dejando en evidencia –el que debería ser factor sorpresa del órgano competente-. Lamentables circunstancias que se vienen sucediendo y dejan en un segundo plano a la persona designada oficialmente, quien con nervios y temple de acero (aunque lo desmienta en público), tiene que enfrentarse a todo tipo de comentarios. Algunos dirán que todo esto es bueno, que obedece a la libertad de expresión y los privilegios de la democracia, pero el asunto llega a peores, cuando se revisan los foros de opinión y se utilizan las malas artes del lenguaje soez con toda clase de arbitrariedades y descalificaciones. Mi opinión personal y resumiendo, es la de que siento verdadera vergüenza ajena, tanto de los enteradillos que esperan agazapados los acontecimientos, como de los detractores a ultranza, que no dan ni siquiera el beneficio a la espera; a la escucha, a la vivencia en sí de tan emotivo acto y han perdido la ilusión para sembrar en ella el erial de la duda, duda siempre y cuando sea razonable y lo más razonable es pensar que D. Fernando Cano Romero, será el Pregonero esperado, que nos anuncie los días de la mayor gloria de Sevilla.  

viernes, 5 de noviembre de 2010

Siendo Alcalde...

A Sevilla se la quiere  –entre otras muchas cosas- por su belleza e historia, algunos incluso han llegado a enamorarse de Ella sin conocerla, han quedado fascinados por su fotogenia y el embrujo de su luz y su color. El ángel del amor alumbró a Sevilla y concibió por obra de la estética: “Dios te salve, Sevilla, llena eres de gracia”, que cantaba el pregonero. Sin embargo, como rezaba el avispado musulmán que cobraba el impuesto de “almalcabra” por los cadáveres que salían por sus puertas: “Esta es la ciudad del desconcierto y el mal gobierno”. Sevilla es esa Vieja Dama –venida a menos- como escribía el Dr. Criado, que se tiende en el diván para salir fortalecida por los despropósitos ajenos. Así siempre ha habido tiempo a lo largo de su vasta historia, para que sus Alguaciles, regidores (antiguos caballeros veinticuatros) e ilustres Alcaldes contemporáneos, sembrasen sus respectivas cizañas sobre una tierra tan buena, tan buena, tan buena que transformaba los eriales en generosas cosechas. Se perdieron tantas cosas como las oscuras golondrinas que ya no volverán; Fabulosas Puertas de Carmona, La Carne, Osario, Jerez, etc., etc., que harían hoy de los restos de sus murallas, un verdadero complejo histórico-artístico insuperable. Se perdieron años enteros –siglos de un legado barroco y renacentista -, por criminales decisiones adoptadas en meses de nefastas legislaturas, siendo Alcaldes ilustrísimos apellidos como Alarcón de la Lastra y Hernández Díaz, que vendieron, como auténticos presidentes de repúblicas bananeras, el sol de los Palacios y su vetusto caserío a las grandes firmas comerciales de la época. Siendo Alcalde de algo tan inmemorial como el vocablo Sevilla, estuvo a punto de desaparecer, el Templo de San Hermenegildo, epicentro monumental de la Gavidia, si no es por la impàgable actitud del Jardinero enamorado del Alcázar, que divagaba entonces por la ciudad de la gracia y le plantó cara al edil con lírica argumental de oficio. Por eso no me extraña nada, que hoy en día, siendo Alcalde alguien tan indolente como el Doctor que ni ejerce su profesión,  ni la  gobierna, se repitan los hechos históricos que siempre han salpicado de lodo a esta invicta ciudad.  No creo que nadie, por muy aferrado que esté a la poltrona del poder, chupando de la teta por menos de 30.000 votos, sea digno de pasar a la historia de la Muy noble, si no es por el espectáculo dantesco de protagonizar una “mariscada” en los tiempos de crisis. Que los proletarios se conviertan en déspotas y prediquen con el miserable ejemplo de sus propias conductas delictivas y que los “paniaguados” transformen las inquietudes vecinales de progreso y bienestar social,  en facturas falsas, es todo un despropósito del que tendrán que dar buena cuenta ante la Justicia. Es difícil mantener la mirada, cuando se mira a los ojos de la “vieja dama” fijamente, porque si uno tiene vergüenza, se le caería la cara y si la ama de verdad, presentaría si irrevocable dimisión. Pero así es la historia, a Sevilla se la quiere con todo el alma y el tiempo de testigo por delante, porque es el tiempo de esta ciudad –eterna- el que siempre le ha dado la razón y aunque nos parezca improcedente y extraño, será el día de mañana, cuando una lápida perpetúe que “siendo alcalde D….se inauguró en Sevilla, la primera línea del metro, el Edificio Parasol-“Parasetamol” y la gigantesca Torre Pelegil, para gloria y orgullo de los sevillanos, que supimos –tiempo al tiempo- adaptarlos a la memoria.

viernes, 29 de octubre de 2010

El mundo, ya NO ES lo que escribo


Pues sí, qué quieres que te cuente: no me gusta “Halloween”, pero eso es lo que hay. Ya casi nadie se acuerda de “Tolosantos” si no fuera por el olor a confituras, empanadas y roscos que dejan los hornos en el aire de esos pueblos perdidos en la falda de nuestras sierras. El día de los Fieles Difuntos, ha pasado de la primera página de los períodicos más rancios, a la pura anécdota de los actos y cultos que celebran los cofrades en la glorieta de los cementerios monumentales. Dile tu a un niño de los de hoy, que te acompañe a llevar flores a la lápida o nicho emparedado de la abuela, tendrás que convencerlo con el cuento o la leyenda espeluznante de que le vas a enseñar al Cahorro del cementerio a través de las rejas que preservan entre tinieblas, el mauseo de Anibal González. Ni el impresionante monumento que corona la tumba de Joselito; ni el promontorio inefable del Cristo de las Mieles; ni la arrogancia desproporcionada del bronce de Paquirri, conseguirán llamar más la atención, que esa fiesta importada por la factoría de Hollywood, que ha llegado hasta nuestras ciudades de la mano de la cultura de civilizaciones (no sé si será correcto el término), pero lo que sí tengo claro, es que nuestro niños, disfrutan más participando en esta moda extendida y secundada por casi todos los colegios y padres del sistema global, que asistiendo a una misa de difuntos.





No, a Halloween, rotundamente desde los valores y convicciones de nuestras costumbres y tradiciones más enraizadas…pero la realidad es otra, mucho más diferente y no podemos volverle la espalda; por otro lado, resultaría cruel, convencer a un niño de poco más de 4 años, que el verdadero “disfraz” que utilizan los importadores de Halloween, es el que se esconde tras esta descomunal campaña de marketing. Quien es el guapo capaz de confundir aún más la ilusión de un niño, negándose a disfrazarlo de drácula, canina, bruja, o cualquier otro espectro; cuando sus amiguitos –todos- ejercen tan multitudinaria influencia. Natural de Sevilla, ya tiene preparado el viejo aparador con las fotos de sus queridos difuntos y las estampitas de los Santos de su especial devoción con la tradicional lamparita…pero también es más cierto, la ilusión que le produce esas bolsitas de “chucherías” que también tiene preparadas en un cajón, para cuando toquen el timbre de mi casa, los niños –nuestros queridos nietos- terriblemente pertrechados, para asustarnos con el dichoso: “Trato o …” (todo merece la pena, por ver esas caras)

domingo, 24 de octubre de 2010

ALBUM DEL MACARENO ROSARIO




En los celestes del cielo
Hay matices inventados
De primavera en otoño
Zafiro, azules, cobalto.
Rosario de madreperlas
perlas del Santo Rosario
Que se desgranan en cuentas
Vespertinas al ocaso.

En la Resolana estepa
Hay delirio de topacios
Celestes de Ave María
Con un Niño que en sus brazos
Duerme un turquesa inocente
Con sueño Tres veces Santo.

A la nana Macarena
La noche se ha abierto paso
entre el rubor de la luna
Que hendió las varas de nardo.
Y en el manto de la Virgen
Enmarcada bajo el Arco
El azogue del lucero
Bordó a realce un Rosario.

martes, 19 de octubre de 2010

SAN PEDRO de Triana


Si naciste o eres de Triana; no es preciso decir donde vives ahora. Si no te salen las palabras; no es que seas mudo; eres el "muo" de Triana, al que le sobran todas las palabras. Te echamos de menos portando la cruz alzada de todas las parroquias que hacen estación de penitencia a la SM.I.C. Dicen los maestros que el mejor pregón que se ha pronunciado en Triana, lo das Tu, cada mañana del Viernes Santo, cuando el palio de tu Esperanza, se vuelve hacia la Divina alfarera Abuela de Dios. Y tantas y tantas cosas dicen de ti, que ahora cuando tu ausencia deja sin pisadas la alfombra roja de la catedral y el cobre de la barandilla desmiente el brillo reluciente que le extraían tus manos, siento toda tu grandeza humana apoyada en las muletas, incapaces de sostener tanta generosidad y entrega. No pesan los años ni la vejez obliga, lo que conmueve es verte tan cerca de Ellos, que ya ni siquiera  te dejan visitar los sagrarios. Te han sentado en la silla de Pedro y te han dado las llaves de Sant´Ána, que deben ser igual a las del cielo, en el transcoro de las medias luces que señalan el camino hacia la verdadera luz y a veces te levantas, -que tu eres muy de las Tres caídas –como el vecino más viejo de Triana- para no perderle nunca la cara a la Esperanza.

jueves, 14 de octubre de 2010

La Dama del "tizón"

Antes de que Doña María entrase en Sevilla, sus correligionarios partieron a advertirle de los peligros que corría, asi como de los macabros sucesos que habían acaecido sobre su hacienda y matrimonio durante su ausencia. La leyenda del asedio sufrido en la persona de Doña María Coronel por parte del Rey, corrió de boca en boca por el pañuelo de esta ciudad de la “confusión y el mal gobierno” . El pueblo de Sevilla, temiendo la crueldad con la que el monarca impartía su justicia, pero cautivado por las virtudes y entereza de la egregia Dama, le ofreció asilo y selló sus labios sobre donde se encontraba su paradero. Los monjes Basilios que tenían su convento cerca del Palacio del conde Pumarejo la acogieron a Sagrado, dada la firme voluntad de Doña María de ingresar en una orden religiosa. Pero las esbirros del rey acechaban cada rincón y estrechaban el cerco dia a día. Una noche, Doña María coronel huyó bien escoltada hacia el convento de las Clarisas, cerca de la Puerta de goles a orilla del Guadalquivir, pero los ojos del Rey nunca descansan, ni hay torres ni muros que se resistan a una bona bolsa de plata. Así llegó a oidos del cruel monarca, que Doña María, había tomado los hábitos de Santa clara y habitaba el susodicho convento.



La piadosa novicia, convencida de la inminente presencia del Rey, rogó a su superiora que la enterrase viva en el jardín aledaño al claustro. Pedro I, no tardó en hacer acto de presencia en el convento, rodeado por su guardia real, la cual hizo un exhaustivo registro por todas sus estancias y dependencias. Dado que el registro resultó infructuoso, el Rey amenazó con volver, no sin antes culpar de alta traición a cuantos conocieran el paradero de Dña. María o le dieran complicidad o encubrimiento. Pasado el peligro, las monjas en presencia de la madre abadesa, contemplaron atónitas que en el sitio donde había sido enterrado la novicia, creció –como por ensalmo- la hierba fresca. Rescatada Doña María coronel de tan pavoroso escondite, manifestó a la comunidad su expresa voluntad de no querer poner a sus hermanas en tan apretado riesgo: “Si es voluntad de Dios, iré por mis propios pasos y sin ofrecer resistencia, me entregaré al Rey”.

-puede que esta otra fuera la respuesta obtenida por parte de la Superiora: “No es preciso que os entregueis, el Rey, vendrá de nuevo por vos y sabreis actuar en consecuencia, de acuerdo con la voluntad del altísimo”. Así fue como Doña María Coronel, espero el definitivo lance del Rey, amparada en la voluntad de Dios y una fe y entereza inquebrantable. Mientras Don Pedro I- prometía a Doña María, todo el poder y la gloria de un trono, si accedía de buena voluntad a la razón de sus obsesivos amores, la virtuosa Dama, premeditadamente , asía con todas sus fuerzas un perol de aceite hirviendo y lo derramaba contra su cara y sus manos, que quedaron al punto desfiguradas con estrépito.



El Rey, cayó consternado y preso de tan inesperado suceso, huyó despavorido de la escena. El hecho, circuló por Sevilla a velocidad de vértigo; y la fama de doña María coronel fue envuelta con aromas de santidad por toda la ciudad. Temeroso y cobarde ante Dios, más que sinceramente arrepentido, el Rey procuró deshacer sus agravios con la promesa de devolver a doña María el señorío de Gibraleón y sus haciendas en Sevilla, pero la “Desfigurada Dama” solo aceptó que volviera a otorgarle escritura sobre su antigua propiedad, para fundar en ella el hoy convento de Santa Inés –aledaño a la parroquia de San Pedro- en la actual calle que lleva su nombre. Desde allí ha llegado a nuestros días su cuerpo incorrupto ó momificado, expuesto a la veneración o curiosidad de los fieles o profanos que deseen visitarlo. Entre las sombras de tan patética visión, se esconden los visos de su malograda historia convertida en leyenda de Sevilla para la eternidad. Cada 2 de Diciembre, se puede contemplar su cadáver, expuesto en una urna en el trascoro del Convento de Santa Inés. (bien producto de nuestra imaginación o por puro milagro, incluso se le pueden ver las cicatrices que produjo el aceite hirviendo en su cara).


miércoles, 13 de octubre de 2010

El Rey que perdió la cabeza

Quizás fuera el Palacio del Conde Pumarejo, lugar idóneo para las citas clandestinas del rey patrocinadas por tan leal anfitrión. Sus cuidados jardines ocupaban lo que hoy es la popular plaza que lleva su nombre lindando con la antigua calle real. “Mármoles traidos de las lejanas tierras, maderas costosas, plata oro y marfil, complicadas teselas, hierros de forja afiligranada, elegantes yeserías, brillantes pinturas, plantas y árboles rarísimos, reunión Don Pedro procedentes de los excesos decorativos del Alcázar y la generosidad que le dispensaba el monarca. Puede que sucediera una noche de primavera encantada a la luz de la luna, cuando los jardines exhalaban el perfume de la efímera flor del limonero y la estancia se embriagaba del aterciopelado aroma de los rosales, entre la suave armonía del laud y la danza sirviendo de fondo al romance apasionado de los juglares, que el Rey la descubriera deslizándose como una diosa en medio del olimpo cortesano y cayese rendido sin sosiego ante la plenitud de sus encantos. Se llamaba, María Fernandez Coronel y la fama de sus virtudes y belleza la precedía por toda Sevilla. Con tan solo quince años, había sido desposada con el infante, Don Juan de la Cerda,  Señor de Gibraleón. Conocedor el rey Don Pedro de la inclinación política del esposo de la pretendida Dama (seguidor del infante bastardo, D. Enrique), conciente de las facilidades que le deparaba la situación de cara a sus seductores propósitos, comenzó un asedio implacable, que no atendió a razones ni intereses de índole alguna. Ni los sabios consejos del Conde Pumarejo, ni las estrategias marcadas a tenor de la amenazante guerra civil, frenaron al Rey en el ímpetu soberano de conseguir los favores de tan deseada Dama.







 En sus continuos escarceos nocturnos por la ciudad –burlando hasta su misma guardia personal- el rey, ahogaba su fiebre de delirio en las tabernas más depravadas, así como se batía en mortal duelo, con todo aquel que osase poner en duda sus delirios. Una noche, en la collación de la alcaicería de la seda, dio muerte a un bellaco que difamaba el nombre de María de Padilla, acusándola públicamente de concubina del rey. El pueblo reclamó justicia, toda vez que un testigo avizor, presenció el suceso tras los cristales de su balcón, reconociendo al autor del crimen en la persona del monarca. Su cabeza, quedó para siempre convertida en leyenda en esa esquina, con un busto de piedra, retrato del soberano, como símbolo de la justicia que el mismo quiso imponerse, por haber dado muerte a un hombre en la alta noche. Ni la irresistible hermosura de Doña María coronel, ni las pruebas visibles e invisibles del amor que profesaba a su esposo; ni siquiera las súplicas y ruegos derramados como río de lágrimas en el lecho, lograron persuadir a Don Juan de la Cerda para salir en armas a defender la causa del infante bastardo, Don Enrique,  en cruel guerra civil, abandonando a su suerte hacienda y esposa. Acontecimiento que aprovechó el rey don Pedro, para llevar a cabo sus planes de acoso y derribo contra María Coronel, de acuerdo con sus maquinadas premisas. Dando orden de apresar a Don Juan de la Cerda, asaltando su séquito en una emboscada y trasladándolo cautivo a la torre del Oro. Posteriormente el rey se trasladó hacia Tarragona bajo la argucia de poner orden en el Reino de Aragón. Presa de ansiedad y atormentada por la ausencia de noticias y la suerte que corría su esposo, Doña María coronel, desatendiendo  los prudentes  consejos de sus familiares, viajó al encuentro del Rey a tierras catalanas para implorar misericordia a favor de su amado esposo. Solo Dios sabe y la historia  otorga con su silencio científico, el verdadero alcance del encuentro del Rey con tan anhelada Dama; la angustia, amargura y desesperación de Doña María, arrojada a los piés del monarca, implorando merced para su amado, tanto como el precio que tuvo que pagar la Sra. de Gibraleón para reparar su estado de pánico y zozobra. Parece que Don Pedro el cruel, no pudo resistir la pasión de tener a Doña María entre sus brazos y la calmó con mentiras dignas de un Rey y merecedoras de la villanía del peor de los hombres. Juró soberanamente que su esposo D. Juan de la Cerda continuaba vivo y a buen recaudo en la corte de Sevilla e hizo votos de que, tanto Ella, como su familia seguirían disfrutando de los privilegios de su dignidad, bajo su protección. Para entonces, el Rey, ya había ordenado la muerte de D. Juan de la Cerda e incautado todos sus bienes, dejando a Doña María Coronel en la más despiadada pobreza.

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