viernes, 23 de octubre de 2015

¡Como no te voy a querer, HINIESTA!

PROLOGO:
 Corría el año 1982, aquel Domingo de Ramos, regresabas a San Julian, sin corona; nadie echaba de menos la presea -más bonita aún- parecías, bajo la gloria de tu palio iluminando la noche que amenazaba aguas. No tardó en llegar el inclemente chaparrón, cuando Tu Hijo, el Stmo. Cristo de la Buena Muerte, alcanzaba San Marcos a "paso mudá" sin posibilidad de otro refugio que no fuera San Julián. Tu avanzabas por Bustos Tavera, buscando Peñueñas, para cobijarte en San Román, faltó tiempo para que las puertas de la canela y el clavo, se te abrieran de par en par. La lluvia en Sevilla, es una maravilla indeseable, que a veces nos deja estampas imborrables. Madre Hiniesta, Reina sin necesidad de corona, salvaba la ojiva de San Román, con el público sucinto y necesario, para que los "privilegiados" que contemplábamos la escena memorable, entrásemos contigo en el Templo. La lluvia amainó, como la preocupación de tus hermanos al saber que el Cristo de la Buena Muerte había llegado a San Julián. La noche se abrió con luz de luna, para alumbrar también el regreso anunciado a Tu parroquia. De nuevo la maniobra de salvar brillantemente, la ojiva de San Román, gracias a la pericia de tu capataz y el esfuerzo sentido de tus costaleros. La calle Socorro, era todo un poema que te rendía honores de alabanza, al verte pasar sin corona, con la candelería apagada a la tenue luz de las dos "marías" que flanqueaban tu melifluo rostro. A paso de tambor -más bonita aún parecías- ante los ojos que te acompañaban, brillabas con luz propia, sin corona ni cera que Te alumbrara, hasta llegar a la esquina de Moravias. Los hombres de la caña, obraron el milagro de encender tu paso, como una infinita luminaria de resplandores que se proyectaban en la cal de San Julian, inmortalizando una noche de Domingo de Ramos, para el recuerdo. La Banda de la Cruz Roja, apuntó Campanilleros y la Plaza se abarrotó de fieles salidos de la nada, de pronto, mi compañera y yo, nos vimos atrapados en la bulla de la puerta, sin espacio apenas, para permitir que tu palio se cuadrase en una eterna chicotá, tras el éxtasis, le pregunté a mi compañera si se encontraba bien; ella me respondió en estado de gracia: "Me acaba de pisar todo el costero izquierdo del paso"..¡.pero en la gloria!. 

En el luminoso patio de la casa de vecinos, Millán y yo, jugábamos a los “pasitos”. Millán era macareno, presumía de túnica: terciopelo de Lyon, escudos bordados en oro y capa de merino. Yo elegía siempre a la Hiniesta, el primer repeluco de la Semana Santa, que estrené con el uso de razón, en brazos de mi hermano mayor, bajo el cielo azul plata de San Julian. No concebía el Domingo de Ramos, sin ver salir a la Hiniesta. (de hecho, ni aún lo concibo) Ese contraste purísimo, entre el azul, el profuso y apretado calvario de claveles del Santísimo Cristo de la Buena Muerte -calado hasta las rodillas para salvar la ojiva-; los acordes marciales de la guardia civil de Eritaña y la melodía del “perdona a tu pueblo Señor” al compás de la Cruz arbórea que se alzaba al cielo como por ensalmo. Después, la desgarrada voz del capataz, en medio del silencio expectante, que pedía ¡más a tierra ese costero!, entre los estertores de un ¡duro valiente con Ella!, que te transmutaba el alma. Corría el jubiloso año de la Coronación Canónica de la Hiniesta Gloriosa, patrona de la Corporación Municipal, cuando ingresé en la Hermandad. Todavía las túnicas eran propiedad de la cofradía y gracias a una buena vecina del barrio, me hice con una, por intercesión de mi madre, convirtiendo el sueño en realidad de poder acompañar a la Virgen en su cortejo el Domingo de Ramos de 1973. Recuerdo con emoción aquel Domingo de Ramos de libro; nerviosismo y sol radiante -como mandan los duendes de San Julian- ambiente apretado en la antigua casa hermandad, explanada al sol, donde formaban los tramos del palio; mi ansiedad en hacerme hueco junto al banderín franciscano...                                 


 y la salida. Jamás se olvida, de eso pueden dar fe los hermanos de la Hiniesta y público invitado, la silueta del Cristo de la Buena Muerte, recortado en el umbral de la ojiva, -desde dentro- al contraste humano de la penumbra y la luz enmarcada en su escueta y radiante dimensión de contraluces indescriptibles, tamizados por los nimbos de incienso. El primer baño de sol que recibimos los nazarenos formados en pareja para salir a la calle, el calor del barrio, el inusitado ambiente de gozo, ilusión y emociones contenidas, que nos embarga a todos. El tiempo y los relojes se pararon, desde el primer instante que contemplé el precioso cobre de las espaldas divinas de Cristo recibiendo la bellísima expresión oferente de la Magdalena arrodillada a sus piés -la providencia había querido que fuera a una distancia prudente del Señor- viendo lo que deseaba ver y escuchando lo que me apetecía. Ni el calor, la sed o el hambre, hicieron mella, en mi férrea voluntad de hacer estación de penitencia, a la sevillana manera de rezar disfrutando. Al menos no recuerdo otra cosa que no fuera disfrutar, desde el retiro anónimo e inédito, que te confiere el  antifaz de raso.    


 Hasta en los momentos más crudos, cuando empieza a hacerse pesado el largo y sinuoso recorrido de la cofradía -en el fragor de la bulla delirante que acompaña a la jornada del Domingo de Ramos- se vino abajo el ánimo, entusiasmado en cada momento, por el paisaje de calles escogidas por el itinerario, las luces y los brillos de la tarde-noche, el fervor y el recogimiento. Si acaso el cansancio intentaba desvanecerme, solo tenía que fijar la mirada en la Cruz de la Buena Muerte y escuchar los sonidos, aspirar los sabores y exhalar el aroma de una cofradía que cuanto más avanzaba despaciosamente, más fuerza de flaqueza y esplendor consigue extraer de los sentidos del que la vive y goza en la calle. Por San Marcos, recibía todo el calor y la fuerza de la proximidad del hogar que me esperaba y sin solución de continuidad, llegaba hasta las mismas puertas de San Julián, con las ansias renovadas de ver cumplido aquel sueño. Por mi edad, ni tan pequeño, como para buscar el refugio reconfortante de los brazos de una madre biológica que me recibiera, ni tan mayor, como para que el cansancio bloqueara mis constantes vitales, para verme obligado a salir por la puerta accesoria, una vez cumplida la estación de penitencia. Me quedé como extasiado a las plantas del paso del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, arriado en su lugar de reposo, como si una fuerza irresistible me obligara a esperar a la Madre Bendita, que ya anunciaba -a través de su Banda de música-, que se acercaba al dintel. Como un ascua de luz y aroma, la Hiniesta llegó, alcanzando con su Bendición toda oración y promesa. Si de frente, venía hermosa, cuadrada bajo la ojiva, su precioso manto azul como la noche cuajada de estrellas, nos cubría, nos coronaba la ráfaga de su presea y el crepitar de los candelabros de cola, sembraba claridades de luces cimbreantes que agigantaban la penumbra del templo. Es curioso, como el recuerdo juega al escondite con la mente, la memoria no me alcanza otra cosa que aquella visión de la Virgen de la Hiniesta enmarcada en la puerta, como si el sueño, no quisiera cerrar nunca las hojas de esa página que no se si en realidad, viví o soñé para siempre.
                                                                   

 Lo cierto es que de vuelta a casa, bien entrada la madrugá, por el entresijo de sombras alargadas que se proyectaba sobre los adoquines brillantes de luna del Pasaje Mallol, mis pasos cansados y torpes, firmaban la historia de amor más hermosa, que me uniría, para el resto de mi vida, con la Hermandad de la Hiniesta. Pasó el tiempo inexorable y los relojes marcaron las horas que apuran los años, aquel nazareno de la ilusión, dejo de vestir la túnica de la Hiniesta, sin perder un àpice de aquel amor firmado -paso a paso- con la Hermandad de San Julián. La vida, con su carga inesperada de circunstancias desfavorables, consiguió alejarme del hábito y número de hermano, que hoy sería de parejas nombradas, sin embargo, los sentimientos, esa ansiedad palpitante de estar presente con toda el alma, el Domingo de Ramos en San Julian, escuchar a los amigos del "Llamador" transmitiendo la salida; marchar a su encuentro por la muralla de la Puerta de Córdoba, citarme con Ella en el Pumarejo; esperarla en Alemanes o simplemente, musitar su Bendito nombre, en el eterno instante que la tengo delante y pasa -como un temblor alucinante de aroma, luces y plata- en la inmensidad de su Palio- me transfiguran en aquel niño, nazareno de la Hiniesta, que nunca perdió la ilusión, ilusión y sentimientos que hoy día permanecen intactos, grabados -en los ojos vidriados de un hombre-  que vuelve a ser aquel niño que cuenta los días que faltan para verla de nuevo -esta vez en procesión Gloriosa por el antiguo caserío de su barrio-  con motivo del 450 aniversario de la aprobación de sus primeras Reglas. 

miércoles, 14 de octubre de 2015

Humildad de Montequinto

Dicen que si la educación de los niños; que si los niños están...que si no se conforman con nada...que si nada les entretiene, ni distrae...que no son capaces de pasear de la mano de sus padres más de un cuarto de hora. Aquella tarde, los niños de Montequinto, sintieron los tambores desde sus ventanas y torretas; se asomaron curiosos y vieron gran ambiente; escucharon el grave sonido del bombo , el estallido de los platillos, los sones de una música que les recordaba aquello que veían , por primera vez, por las avenidas de su barrio: ¡un paso...mira mamá! Y obligaron a sus padres a bajar a verla, -porque si hay algo que tienen los niños, es que su inocencia, obliga-. Bajaron también los ancianos aburridos; los dependientes en sillas de rueda; los curiosos que siempre están listos para ejercer de curiosidad. Habían venido los cofrades de Sevilla y provincia, los jartibles, que no se pierden acontecimiento; los medios de comunicación de la prensa morada; los bautizados en la religión de las redes sociales, con el atávico oficio de “comunity-manager”-; los aficionados de la reflex. Hasta la radio y televisión local y provincial de Dos Hermanas, que llevan este tipo de eventos, hasta los confines y mucho más del universo de internet. Y es que se había creado una cierta expectación, una especie de “morbo cofrade”, por ver a una Dolorosa en procesión de gloria, mes de octubre, sobre el paso y gran parte de la orfebrería que luce la popular cofradía de la Candelaria; comandada por el prestigioso capataz Ismael Vargas (Lanzada, Cachorro) y a los sones de de Banda Santa Ana de Dos Hermanas, nada más y nada menos, la que acompaña a la Esperanza de Triana en la noche mágica de Sevilla. Pero lo cierto y verdad, es que el germen cofrade de Montequinto, sembrado desde hace más de 20 años por la sementera de su patrona la Virgen de los Angeles, acrecentado por su Hermandad del Rocío y distintas fraternidades y afianzado por la Agrupación Parroquial de Ntro. Padre Jesús de la Humildad en Getsemaní y Ntra. Sra. Del Pilar en su Mayor Dolor, estaba dando sus frutos, con la anunciada, salida procesional de la Virgen del Pilar, esta vez en un paso -con todos sus avíos- portada por costaleros, entre los que formaban parte, vecinos del barrio. Del trabajo, en poco más de dos semanas, que han realizado: priostes, camareras, diputados, auxiliares y demás miembros de Junta de gobierno y hermanos implicados, -no hablamos-, porque, como bien saben vdes, es un trabajo, tan estresante, ímprobo y subestimado, que solo encuentra recompensa en poco más que la devoción. Aunque de bien nacidos, sea aquello de Agradecidos, siempre habrá alguien que le ponga falta. Hablamos también de una Dolorosa: la Virgen del Pilar en su Mayor Dolor, que en poco más de un año, desde su llegada a Montequinto, ha conseguido logros impensables, desde el punto de vista material y espiritual en el barrio. La Imagen tallada por el joven escultor, Jose Maria Leal, está dotada de genuina unción sagrada, que llama directamente a la devoción, para después entregarnos a su Hermosura y belleza irresistible, cualidades, que invitan a la oración, el recogimiento y sobre todo a quedar atrapados, para siempre en su presencia. Desde la humildad y jugando siempre con el tiempo, sin ninguna prisa, como aliado, no están los tiempos para hacer alardes de donaciones ni grandes presupuestos, con las necesidades que padecemos por la crisis interminable -desde la Humildad- que hace más generosos los frutos, el principal logro de esta procesión gloriosa, por las calles de Montequinto, en su segundo edición, se ha basado, en el ejemplo de evangelización que ha demostrado en su discurrir por el barrio; la buena noticia de pedir a los hermanos de la Candelaria, Las Aguas y los Negritos, aquello que es preciso para salir con dignidad y no jugar a los “pasitos” (pedid y se os dará, dad y recibireis). Los hermanos de esta Agrupación Parroquial, habeis dado testimonio de Fe y los niños, los primeros en acudir a recibiros, os han aclamado, con las tiernas palmas de sus manos, aferrándose a las andas de la Virgen del Pilar, algunos enganchados a la vera de los respiraderos, desde la salida hasta la entrada. Las madres de Montequinto, que en cuestiones de dar, lo dan todo por sus hijos, tampoco se apartaron del paso y lo abrazaron de tal forma, que no lo dejaron de arropar con su presencia, durante todo el recorrido. El sueño, se convirtió en realidad irreversible; se abrieron las ventanas, las persianas, los balcones y terrazas y por todas las calles, por donde pasó la Virgen, alguién se asomó para mirarla por curiosidad y muchos entonaron sus rezos y oraciones, desde la intimidad de cualquier rincón olvidado. A medida que avanzaba la tarde amenazante de lluvia, el cielo atormentado, se convirtió en un imponente paraje, donde no faltaron los más primados azules; el único chaparrón que le cayó a la Virgen, fue aquella petalada, cuando salía por el arco del triunfo del edificio convertido en Plaza de España. No se de cuantos colores, se tiñó el cielo acumulado, para que su bendita imagen, se recortara majestuosa en toda la grandeza del horizonte. Algo ha de tener el agua, cuando la bendicen, por más que critiquen la actitud y molestias que originamos los cristianos, devotos y cofrades, en este tipo de manifestaciones públicas, no obstante insisto: algo debe tener el agua, cuando se convierte en vino, como ocurrió en las Bodas de Canaán; el fín, justifica los medios y es que la gente -como los niños que lo tienen todo en este mundo de vagas ilusiones- aprenden, aprendemos sólo con el ejemplo. Y la procesión de la Virgen del Pilar en su Mayor Dolor, recorriendo las calles y avenidas de su barrio en este año de 2015, se convirtió en todo un ejemplo de compostura, un testimonio humilde de fé y elegancia cofrade, un verdadero ¡acontecimiento!, que sin duda marcará un antes y un después en la pequeña historia de Montequinto.  

y nos dejó grabado para siempre estos "Detalles"



















lunes, 5 de octubre de 2015

Se le nota en la mirada

Este pregonero, me gusta porque: “se le nota en la mirada”, que está muy enamorado sin necesidad de repetir ociosamente que somos los privilegiados de la ciudad más hermosa del mundo. Dicen que “le ha acompañado la suerte”...han debido de quererle tanto, que hasta los “sanedritas del Consejo”, se han fijado en él, temiendo -que por cuestiones de salud- la ciudad más hermosa del mundo y a la vez más hipócrita y falsaria, se privara de escuchar, la voz de un Pregonero, sin más título académico, que el verso fácil y a la vez frágil de un enamorado, músico, cantautor y poeta. Ya sabemos, que del pueblo somos todos, pero no estamos todos los que somos, ni somos todos los que estámos -bien situados-. Los Pregoneros de méritos, bien colocados en la parrilla de salida de este “gran prix” de las vanidades, tendrán que esperar desde el olimpo inalámbrico de su balcón en Campana, cuidando la fluidez verbal, no siendo ni tan pedantes, ni tan repetitivos, una “pizca de humildad” y una ramita de “peregil sincero”, para adornar sus platos fuertes de comentaristas de la gloria. El Pregón, por diversas razones, que más o menos todos conocemos, ha perdido fuelle; se ha enfriado el calor, que el pueblo soberano le acercaba, desde la atenta emoción de la radio de cretona, el transistor, escuchando esa voz atildada y potente, que se colaba por los corredores de las casas de vecinos, perfumada por el sahumerio apetitoso de los cocidos y pucheros.
Ha perdido interés, este Pregón de la conveniencia, que se reserva al coto privado del Maestranza y se reparte entre los miembros del Consejo y oficiales de junta, en su mercado propio de entradas adjudicadas y vendidas de antemano. Es verdad que los Pregoneros, muy comprometidos últimamente, no han puesto mucho de su parte, para llamar la atención de los descorazonados cofrades de Sevilla, ni siquiera en la noche evocadora de su redifusión por las tvs locales. Pero el elegido, para pregonar la Semana Santa del 2016 -por otra parte- cuasi cantado, un año antes- renueva ilusiones y nos hace soñar con el terreno, donde todos queremos, oir y ver lidiar a los buenos diestros. D. Rafael Gonzalez Serna, está -a mi entender- situado en los -MEDIOS- allí donde se ubica el término de la virtud. Ni demasiado cerca del tendido academicista de los eruditos, ni demasiado lejos de lo que el respetable personal, quiere y desea escuchar, la Semana gloriosa de Pasión. El mismo Pregonero, lo ha resaltado en los otros “medios”: “voy a darle al personal lo que quiere escuchar” y además, sigo pensando, que a Rafael, se le nota en la mirada; que no lo puede ocultar...que está muy enamorado y desde su elección, te aseguro, que ya vive el “sin vivir” de morir en ese Atril y darlo todo, hasta el punto que la chiquilla, esa misma que por Abril, cumple diecinueve años, sea la que hable por su boca, para expresarnos en menos de 120 minutos, algo tan grande y sentido, que cabe en la estrofa de un sólo verso: “La vida es una semana”. Enhorabuena y mucha suerte, a Rafael Gonzalez Serna, mucho más que un sentimiento, mucho más que una bandera.


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