domingo, 15 de noviembre de 2015

¿Que puede prometer el Paraíso?

Ninguna tierra prometida, debe provocar esta emoción; ¿Que estado de inconsciencia o delirio, puede empujar a un hombre  asesinar a sangre fría en el nombre de Dios? ¡que cinturón de odio o fanatismos es capaz de ceñir la cintura de un alma, para inmolarse matando a sus semejantes!. ¡que plato frío, es capaz de servir semejante venganza! ¡Que contrariado amor, puede morir matando! ¡Que amarga historia, puede sembrar tanto daño! ¡Hasta que punto puede endurecerse el corazón, para perder la noción de sus latidos! ¿Cuantas lágrimas hacen falta para anegar este pantano de putrefacción? ¡Cuantos inocentes  habrán de entregar su vida, para que otros dejen de sentirse culpables! La historia de la civilización, ha engendrado células de esclavitud; la esclavitud, ha engendrado células de odio; el odio ha engendrado células de barbarie; la barbarie ha engendrado la masacre; la masacre ha sembrado el miedo; el miedo ha generado en terror y así sucesivamente desde la noche de los tiempos, de las propias cenizas de esta destrucción del hombre por el hombre, ha surgido el ave fénix de la libertad. La libertad, madre de todos los derechos y obligaciones, le ha costado al hombre, sangre, sudor y lágrimas, el precio ha sido tan alto, como la miseria provocada por su afán de poder y control. La doctrina siempre es idéntica, un Jefe, un caudillo, un líder que al alcanzar el crédito, la confianza depositada y los votos necesarios, productos de un engranaje de propaganda espectacular basada en el más romántico sensacionalismo que, deslumbra a las masas y las hace ligeramente moldeables, desde el torno donde se cuece el famélico holocausto. La retórica de los históricos dictadores, nunca se la llevó el viento, al contrario, provocaron las peores tormentas, los más voraces tsunamis,  las más horrendas consecuencias. Repite la sagrada cita, como una profecía: Quien no conoce la historia, está condenado a repetirla. Pero el hombre por el hombre, no ha cesado a lo largo de la historia de repetir el curso que nunca aprobó. No hay distancia bastante para separarnos a los unos de los otros. Los ricos y poderosos, creen que la burbuja del dinero y el poner los aísla de la realidad, esa realidad tan sencilla, como el reparto equitativo de los productos, la energía, la abundancia y los frutos que genera, la tierra que pisamos bajo el mismo cielo.Pero esa realidad tan sencilla, se camufla en la práctica, se disfraza en el tiempo, estableciendo barreras; la tierra se linda, se divide en parcelas, se adjudica al mayor postor. El hombre se hace propietario, por la fuerza y a  fuerza de su ambición. El propietario puede ser inteligente y hacer justicia de su inteligencia, permitiendo a sus semejantes, compartir los frutos de su riqueza, pero esta inteligencia genera intereses, a cambio del trabajo: Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Mientras hay trabajo, no falta pan; mientras hay pan, no falta casa, el hogar hace la comunidad, la comunidad vela por la educación de nuestros hijos; los hijos ven felices a sus padres y atienden a sus enseñanzas y ejemplos...hasta que las condiciones de vida se recrudecen, producto de la ambición de los propietarios o por causas fortuitas o ajenas, como una pertinaz sequía o el advenimiento de cualquier siniestro imprevisto. Vuelve el miedo que habita en las entrañas del hombre, ante lo imprevisto, se encomienda al Dios de los elementos, la religión ha sido el recurso que ha tenido más a mano, la ceremonia, el rito, la liturgia y la invocación a las fuerzas implacables de la naturaleza, a los fenómenos que no explica, ningún tipo de ciencia y ahí es donde empezado a creer ciegamente, en el miedo, la condena, la fortuna e incluso la suerte. Con la fuerza de una fe que mueve montañas, luchamos ciegamente contra los que consideramos nuestros enemigos, contra los que señalamos culpables de nuestros infortunios. Volvemos a incivilizarnos, a la arenga de héroes o villanos, inventamos las armas de destrucción, pulimos los filos de la navaja y conquistamos la tierra que alguien nos prometió, después de habérsela arrebatado por la fuerza a sus propios dueños. Bien, esta es la asignatura de historia, que nunca hemos aprobado, el curso de la vida que repetimos constantemente, cada ciclo de 50 años, más o menos. Desestimando el santo evangelio de los profetas que predicaron un reino de vida, de justicia, de paz y de amor. ¿Es posible anunciar este reino utópico en nuestros días?...sí, pero empezando de cero; desde la cuna mecida por el amor que los padres llevamos dentro, para nuestros hijos. Desde las escuelas que no atienden a doctrinas ni sectarismos radicales. Desde la reconciliación, purificada por el perdón y dispuesta para el olvido. Empezar de cero, deponiendo las armas -malditas armas de destrucción, escondidas bajo el negocio que más fuentes de ingreso genera en el mundo- mientras un hombre empuñe un arma, toda la clase política y las políticas de toda clase, habrán fracasado. Mientras que los jefes de gobierno declaren la guerra, por más nobles y justos que sean sus motivos de defensa social y económica, habremos fracasado. Porque igual que se recurre a la frase tópica de "que la mejor defensa es el ataque"; la guerra nunca consigue la Paz gratuitamente, sino a un alto precio; revive el odio, aviva el miedo y de sus cenizas, resurge el Terror de los que claman venganza y están dispuestos a tomarla por cualquier mano que les ofrezca el Paraíso. Ningún paraíso se alcanza por medio de una guerra santa. Ya lo dijo el poeta: "Asesinar en el nombre de Dios, es llamar a Dios asesino". Se que hay que estar muy desesperado; que la vida es tremenda en la tierra prometida; que es dificil olvidar, cuando nuestros padres y antepasados han sido masacrados delante de nuestros propios ojos ¿o acaso no puedo llegar ni a imaginármelo?...pero los ojos de todos los hombres, son iguales en la pena, cuando están llenos de lágrimas, como están los de todos los hombres limpios de corazón; files o infieles de todas las condiciones y razas, cuando lloramos la barbarie de los que han caídos víctimas del terror. Que nuestros hijos no sean testigos ni un segundo más de esta lucha infructuosa, porque no hay Paraíso digno, para provocar este tipo de emoción. 


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