miércoles, 11 de noviembre de 2015

#Montando La MISERICORDIA



Era una palabra olvidada, borrada de la pizarra, de las clases de la antigua historia sagrada. Te sonaba a catequesis de primera comunión. Vagamente la recuerdas, haciendo un esfuerzo mental: La Misericordia, -si-, se que tiene que ver con las Bienaventuranzas, con aquello de los Misericordiosos. Tiene que estar relacionada estrechamente con la “miseria”, con la práctica del bien hacia los más menesterosos. Pero no se lleva, esa palabra tan larga, está olvidada en alguno de nuestros muchos bolsillos con la calderilla de una simple limosna. Tal vez la leíste impresa, en alguna de las jaculatorias que llevamos en la cartera, tal vez -si somos cofrades-, nos recuerda al Cristo titular de nuestra cofradía. La Iglesia está presta a proclamar e inaugurar, el año, consagrado a esta Palabra, a esta definición propia, que establece el deber de auxiliar al prójimo o hermano más necesitado; para los cristianos practicantes, supondría algo más que un deber: una OBLIGACION. La Iglesia que tanto y tan bién habla de sus pobres, parece no convencer con su  ejemplo, repetirá hasta la saciedad, esta palabra mayor que ya se viene anunciando como el tiempo de adviento. MISERICORDIA. Entre las polvorientas obras de Misericordia, se encuentra el -enseñar al que no sabe- los sacerdotes y pastores, se aferran a la primera obra espiritual y continúan imprimiendo carácter con la segunda -Dar buen consejo al que lo necesita- y siguen evangelizando con las siguientes: -Corregir al que está en un error; -perdonar las injurias-; -consolar al triste-; -soportar con paciencia los defectos del prójimo-; Rogando finalmente por los vivos y difuntos. La comunión de los santos -la oración comunitaria de Conventos, Monasterios y Prioratos, desde sus clausuras- se une a estas obras espirituales, en el convencimiento de sus nobles intenciones: fortalecer las almas de las miserias humanas y llenar de paz los corazones necesitados. Pero en nuestro mundo globalizado, tal y como ha ocurrido a lo largo de las intrigas palaciegas y las ruinas entre las que se ha desarrollado la cultura de los pueblos a lo largo de la historia- no basta con la oración y el predicado, continúa siendo necesario la conjugación del verbo AMAR, en su gerundio AMANDO, practicando las obras de Misericordia o llevándolas a la práctica, como siempre han hecho, los píos homes de todas las confesiones y los santos en particular. En pleno siglo XXI, no podemos conformarnos con la MISERICORDIA de funciones principales, predicada en sagradas cátedras, bajo el nimbo del incienso y la solemnidad apostólica. La Misericordia, ha de salir a la calle en procesión extraordinaria, practicando durante su recorrido corporativo, las obras humanitarias, que siguiendo el precepto divino, ejecutamos en la intimidad de una caridad mal entendida, que no quiere que la mano derecha se entere de lo que hace la izquierda. Habremos fracasado, mientras la labor denodada e ímproba de Cáritas diocesana, continúe emitiendo tan lamentables informes sobre la pobreza, sobre la nueva exclusión social que padecen los niños malnutridos, producto de los importados brotes de pobreza energética y pobreza laboral y pérdida de la vivienda familiar, como consecuencia de una crisis globalizada, que ha hecho del trabajo un lujo para algunos y un vergonzante gueto de precariedad para el resto de víctimas que hay que lamentar cada día que pasa. Habremos fracasado si en el inminente año que se aproxima, la Misericordia, sea esa necesidad incardinada, que cada quien y cada cual practica, por su lado. El Santo Padre, Francisco que tiene en su boca, palabra de ángeles, ha de coordinar, admitir y reconocer en su justa medida, la labor de TODOS los llamados y comprometidos con los Servicios Sociales, sea cual fuere el color, la confesión, la clase o condición de los distintos grupos y plataformas que la practiquen. Desde la consagrada Cruz Roja, hasta la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, TODOS somos padres e hijos de esta noble causa. La Misericordia no ha color, como el llanto y la hambruna de un niño, no se para ni entretiene en el restañar de platillos, la denuncia, la recogida de firma, el llamamiento de médicos sin fronteras y toda clase de ONGs, que claman, ayuda humanitaria, a través del fenómeno global de las redes sociales. Gracias a la Providencia, la comunicación es inmediata, directa, desbordante. No podemos apartar la vista ni escondernos en el sectarismo y la impunidad, rayana en el fanatismo. La clave está escrita en la carta de San Pablo a los corintios, sí para el que no la recuerde, aquella que se lee en la ceremonia del matrimonio. La clave está en el ejemplo que practican las entidades sin ánimo de lucro, no ha color político ni religioso posible, la clave está en la acción: Dar de comer al hambriento; Dar de beber al sediento -sobre la marcha, de manera inmediata, salir a buscarlos, están en la calle y casa, de los que no se atreven a acercarse a los comedores- la pobreza vergonzante y deprimida, que padece la incomprendida enfermedad mental. Dar posada al peregrino y sobre todo, vivienda a los sin techo -sobre la marcha, de manera inmediata, está probado que un hogar les devuelve la dignidad- ahí están los “sanjuanes de dios”, víctimas y coordinadores de las plataformas de afectados por la hipoteca, que devuelven a sus acogidos, la ilusión y la esperanza de que ¡si se puede!, cambiando lágrimas de amargura, por risas de comprensión y solidaridad -bendita Misericordia- la del pecador Miguel de Mañara y tantos otros- que trasciende todas las creencias y confirma, al mismo tiempo las palabras del mismo Jesucristo: “todos los que practican lo que nosotros hacemos, están con nosotros y no en contra nuestra”. Habremos fracasado -en el año internacional de la Misericordia- por más que asistamos a sus cursos y actividades culturales y cultuales, sus mesas redondas, sus ponencias y cátedras, sus exposiciones y logros, si pasamos de largo, frente al hermano que ha tocado el fondo de un cartón y duerme en la calle, habiendo órdenes hospitalarias, recintos municipales e incluso palacios vacíos. Habremos fracasado -sobre todo- si somos incapaces de PERDONAR al que nos ha ofendido- antes de presentar nuestras ofrendas en un altar. Habremos fracasado, si no respetamos la decisión de los atormentados que rechazan techo, alimento y vestiduras dignas, y no le ofrecemos siquiera una taza de café o caldo caliente. Desgraciadamente la pobreza se ha convertido en un próspero negocio, que pone de manifiesto las miserias humanas. Podría erradicarse por completo, con la quimera de una renta per cápita, equilibrada por las grandes fortunas mundiales, si se pusieran de acuerdo. Podemos soñar lo imposible, los hombres y mujeres de fe, estamos en ello, haciendo lo posible, aquello que está en nuestras manos: El mejor banco que ha creado el hombre, el Banco de Alimentos; voluntarios no faltan, todo el mundo reacciona frente al dolor, cuando ha sentido en sus carnes el mismo dolor que no le es ajeno. #MontemosMisericordia, de una vez, aunque sepamos que no será de una vez por todas, se basa sencillamente en proporcionar a nuestros hermanos necesitados las tres cosas fundamentales que está obligado a promover cualquier gobierno civilizado que se precie, sea cual fuere su tendencia, color o credo: Trabajo, techo y educación.
Todo lo demás prosperará cumpliendo con estas sagradas premisas. En el Año de la Misericordia podría ser posible, lo imposible sería no intentarlo siquiera. 

sábado, 7 de noviembre de 2015

SEVILLA, CENTRO y a parte...

 todo listo, ya no falta nada...

 la otra "rampla" del Salvador
 caleidoscopio...
 las cuatro esquinitas de San José

 la de veces que hemos pasado
 montando la Misericordia...
 Salón Apeadero del Ayuntamiento

 No tiene edad...

"En la espero te esquina"...

   Tu eres la estrofa, que siempre remata mi verso. Siempre Ilustre por aquello de la luz y tus contrastes que son míos...siempre invicta, que que no dejas a nadie en paz, ni indiferente. Siempre sensacional porque nos llenas de sensaciones. Estos día azules de Machado y Cernuda, cuando el tiempo nos alcanza, tu eres el ansiolítico que calma la incertidumbre del exiliado, la fiesta sin guardar, que aplasta el tedio y la rutina, el esplendor efímero del incómodo e inconformista, La seda y el sedante que calma los pretines del aburrimiento....Sevilla, siempre lista, preparada, compuesta y mocita, para seducir en cualquier época del año.

viernes, 30 de octubre de 2015

Don Juan Tenorio de José Zorrilla (obra completa)





Don Juan Tenorio está compuesto de dos partes, la primera (una noche del carnaval de 1541) consta de cuatro actos y la segunda (una noche de 1546), de tres. La primera parte es una mezcla de comedia de capa y espada y de drama romántico. El primer y segundo actos se centran en el libertino, el burlador (la rendición de cuentas de la antigua apuesta y el cerco a Doña Ana). Los subtítulos que da Zorrilla a sus actos son significativos: "Libertinaje y Escándalo" y "Destreza".

El tercero y el cuarto ("Profanación" y "El Diablo a las puertas del cielo") más que del seductor -lo cual añade connotaciones del libertino-, giran alrededor del seductor seducido, del descubrimiento del amor y la frustración de no poder alcanzarlo.

La segunda parte entra de lleno en el género de la "comedia de magia", del drama religioso romántico. Argumentalmente sustentada sobre el tema del "convidado", sus tres actos ("La sombra de doña Inés", "La estatua de don Gonzalo" y "Misericordia de Dios y apoteosis del Amor") tratan sobre la muerte y salvación del protagonista, ya no un libertino ni un amante sino un rebelde contra la divinidad de la que se cree despreciado.

Uno de los elementos más constantes sobre los que se fundamenta el tiempo dramático de la acción es la reiteración de la noción de apuesta y plazo: Hasta la escena XII del primer acto se vive el suspenso del plazo de una apuesta hecha un año antes. En esa misma escena, se realiza una nueva apuesta para la que se da un plazo de seis días, pero que todo el mundo entiende que es de cumplimiento inmediato. La segunda parte, se inicia con el plazo general de una noche para que concluya la apuesta de doña Inés con Dios, que además se entrecruza con los pequeños plazos que suponen las dos invitaciones a cenar.

Los personajes representan sectores acomodados nobleza, clero, órdenes de caballería con sus costumbres y lenguaje propio de Sevilla.

El personaje de Don Juan

Don Juan es un personaje literario, de raíces bíblicas, un personaje que es parte de un mito popular hispánico que representa algo de la cultura medieval. Es un hombre aficionado a las mujeres, sin distinción.
"Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé
Yo a los palacios subí,
Yo los claustros escalé
Y en todas partes dejé
Memoria amarga de mí."

Está representado por un noble sevillano mujeriego. Su criado es un villano, vive en la ciudad. El personaje femenino lo constituye Doña Inés, a quien con engaños, conquista. Don Juan es cínico, burlón, carece de escrúpulos para con las mujeres. Junto a él, hay un elemento cómplice, que se traduce en un deseo de inautenticidad, haciendo de él un hombre irreflexivo. Junto a estos, está el padre burlado, y los hombres asesinados por él en escaramuzas, es decir, Don Gonzalo y Luis Ulloa este último es el padre de Doña Inés que vuelve después de ser asesinado tras la invitación que el propio Don Juan le hiciere a cenar después de muerto, a modo de burla y desafío. En Don Juan encontramos un miedo a la muerte; el tiempo no pasa por él, aspira inconscientemente a la inmortalidad. Con esto también encontramos la idea de la intemporalidad.

En "Don Juan Tenorio" se salva don Juan, quien se redime por el amor (idea romanticista), a diferencia del don Juan de Tirso de Molina, quien muere condenado por sus pecados.
  • Música

    • "Till Eulenspiegels Lustige Streiche (Till's Merry Pranks), Symphonic Poem, Op. 28", de Philharmonia Orchestra (Google Play • eMusic • iTunes)

miércoles, 28 de octubre de 2015

viernes, 23 de octubre de 2015

¡Como no te voy a querer, HINIESTA!

PROLOGO:
 Corría el año 1982, aquel Domingo de Ramos, regresabas a San Julian, sin corona; nadie echaba de menos la presea -más bonita aún- parecías, bajo la gloria de tu palio iluminando la noche que amenazaba aguas. No tardó en llegar el inclemente chaparrón, cuando Tu Hijo, el Stmo. Cristo de la Buena Muerte, alcanzaba San Marcos a "paso mudá" sin posibilidad de otro refugio que no fuera San Julián. Tu avanzabas por Bustos Tavera, buscando Peñueñas, para cobijarte en San Román, faltó tiempo para que las puertas de la canela y el clavo, se te abrieran de par en par. La lluvia en Sevilla, es una maravilla indeseable, que a veces nos deja estampas imborrables. Madre Hiniesta, Reina sin necesidad de corona, salvaba la ojiva de San Román, con el público sucinto y necesario, para que los "privilegiados" que contemplábamos la escena memorable, entrásemos contigo en el Templo. La lluvia amainó, como la preocupación de tus hermanos al saber que el Cristo de la Buena Muerte había llegado a San Julián. La noche se abrió con luz de luna, para alumbrar también el regreso anunciado a Tu parroquia. De nuevo la maniobra de salvar brillantemente, la ojiva de San Román, gracias a la pericia de tu capataz y el esfuerzo sentido de tus costaleros. La calle Socorro, era todo un poema que te rendía honores de alabanza, al verte pasar sin corona, con la candelería apagada a la tenue luz de las dos "marías" que flanqueaban tu melifluo rostro. A paso de tambor -más bonita aún parecías- ante los ojos que te acompañaban, brillabas con luz propia, sin corona ni cera que Te alumbrara, hasta llegar a la esquina de Moravias. Los hombres de la caña, obraron el milagro de encender tu paso, como una infinita luminaria de resplandores que se proyectaban en la cal de San Julian, inmortalizando una noche de Domingo de Ramos, para el recuerdo. La Banda de la Cruz Roja, apuntó Campanilleros y la Plaza se abarrotó de fieles salidos de la nada, de pronto, mi compañera y yo, nos vimos atrapados en la bulla de la puerta, sin espacio apenas, para permitir que tu palio se cuadrase en una eterna chicotá, tras el éxtasis, le pregunté a mi compañera si se encontraba bien; ella me respondió en estado de gracia: "Me acaba de pisar todo el costero izquierdo del paso"..¡.pero en la gloria!. 

En el luminoso patio de la casa de vecinos, Millán y yo, jugábamos a los “pasitos”. Millán era macareno, presumía de túnica: terciopelo de Lyon, escudos bordados en oro y capa de merino. Yo elegía siempre a la Hiniesta, el primer repeluco de la Semana Santa, que estrené con el uso de razón, en brazos de mi hermano mayor, bajo el cielo azul plata de San Julian. No concebía el Domingo de Ramos, sin ver salir a la Hiniesta. (de hecho, ni aún lo concibo) Ese contraste purísimo, entre el azul, el profuso y apretado calvario de claveles del Santísimo Cristo de la Buena Muerte -calado hasta las rodillas para salvar la ojiva-; los acordes marciales de la guardia civil de Eritaña y la melodía del “perdona a tu pueblo Señor” al compás de la Cruz arbórea que se alzaba al cielo como por ensalmo. Después, la desgarrada voz del capataz, en medio del silencio expectante, que pedía ¡más a tierra ese costero!, entre los estertores de un ¡duro valiente con Ella!, que te transmutaba el alma. Corría el jubiloso año de la Coronación Canónica de la Hiniesta Gloriosa, patrona de la Corporación Municipal, cuando ingresé en la Hermandad. Todavía las túnicas eran propiedad de la cofradía y gracias a una buena vecina del barrio, me hice con una, por intercesión de mi madre, convirtiendo el sueño en realidad de poder acompañar a la Virgen en su cortejo el Domingo de Ramos de 1973. Recuerdo con emoción aquel Domingo de Ramos de libro; nerviosismo y sol radiante -como mandan los duendes de San Julian- ambiente apretado en la antigua casa hermandad, explanada al sol, donde formaban los tramos del palio; mi ansiedad en hacerme hueco junto al banderín franciscano...                                 


 y la salida. Jamás se olvida, de eso pueden dar fe los hermanos de la Hiniesta y público invitado, la silueta del Cristo de la Buena Muerte, recortado en el umbral de la ojiva, -desde dentro- al contraste humano de la penumbra y la luz enmarcada en su escueta y radiante dimensión de contraluces indescriptibles, tamizados por los nimbos de incienso. El primer baño de sol que recibimos los nazarenos formados en pareja para salir a la calle, el calor del barrio, el inusitado ambiente de gozo, ilusión y emociones contenidas, que nos embarga a todos. El tiempo y los relojes se pararon, desde el primer instante que contemplé el precioso cobre de las espaldas divinas de Cristo recibiendo la bellísima expresión oferente de la Magdalena arrodillada a sus piés -la providencia había querido que fuera a una distancia prudente del Señor- viendo lo que deseaba ver y escuchando lo que me apetecía. Ni el calor, la sed o el hambre, hicieron mella, en mi férrea voluntad de hacer estación de penitencia, a la sevillana manera de rezar disfrutando. Al menos no recuerdo otra cosa que no fuera disfrutar, desde el retiro anónimo e inédito, que te confiere el  antifaz de raso.    


 Hasta en los momentos más crudos, cuando empieza a hacerse pesado el largo y sinuoso recorrido de la cofradía -en el fragor de la bulla delirante que acompaña a la jornada del Domingo de Ramos- se vino abajo el ánimo, entusiasmado en cada momento, por el paisaje de calles escogidas por el itinerario, las luces y los brillos de la tarde-noche, el fervor y el recogimiento. Si acaso el cansancio intentaba desvanecerme, solo tenía que fijar la mirada en la Cruz de la Buena Muerte y escuchar los sonidos, aspirar los sabores y exhalar el aroma de una cofradía que cuanto más avanzaba despaciosamente, más fuerza de flaqueza y esplendor consigue extraer de los sentidos del que la vive y goza en la calle. Por San Marcos, recibía todo el calor y la fuerza de la proximidad del hogar que me esperaba y sin solución de continuidad, llegaba hasta las mismas puertas de San Julián, con las ansias renovadas de ver cumplido aquel sueño. Por mi edad, ni tan pequeño, como para buscar el refugio reconfortante de los brazos de una madre biológica que me recibiera, ni tan mayor, como para que el cansancio bloqueara mis constantes vitales, para verme obligado a salir por la puerta accesoria, una vez cumplida la estación de penitencia. Me quedé como extasiado a las plantas del paso del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, arriado en su lugar de reposo, como si una fuerza irresistible me obligara a esperar a la Madre Bendita, que ya anunciaba -a través de su Banda de música-, que se acercaba al dintel. Como un ascua de luz y aroma, la Hiniesta llegó, alcanzando con su Bendición toda oración y promesa. Si de frente, venía hermosa, cuadrada bajo la ojiva, su precioso manto azul como la noche cuajada de estrellas, nos cubría, nos coronaba la ráfaga de su presea y el crepitar de los candelabros de cola, sembraba claridades de luces cimbreantes que agigantaban la penumbra del templo. Es curioso, como el recuerdo juega al escondite con la mente, la memoria no me alcanza otra cosa que aquella visión de la Virgen de la Hiniesta enmarcada en la puerta, como si el sueño, no quisiera cerrar nunca las hojas de esa página que no se si en realidad, viví o soñé para siempre.
                                                                   

 Lo cierto es que de vuelta a casa, bien entrada la madrugá, por el entresijo de sombras alargadas que se proyectaba sobre los adoquines brillantes de luna del Pasaje Mallol, mis pasos cansados y torpes, firmaban la historia de amor más hermosa, que me uniría, para el resto de mi vida, con la Hermandad de la Hiniesta. Pasó el tiempo inexorable y los relojes marcaron las horas que apuran los años, aquel nazareno de la ilusión, dejo de vestir la túnica de la Hiniesta, sin perder un àpice de aquel amor firmado -paso a paso- con la Hermandad de San Julián. La vida, con su carga inesperada de circunstancias desfavorables, consiguió alejarme del hábito y número de hermano, que hoy sería de parejas nombradas, sin embargo, los sentimientos, esa ansiedad palpitante de estar presente con toda el alma, el Domingo de Ramos en San Julian, escuchar a los amigos del "Llamador" transmitiendo la salida; marchar a su encuentro por la muralla de la Puerta de Córdoba, citarme con Ella en el Pumarejo; esperarla en Alemanes o simplemente, musitar su Bendito nombre, en el eterno instante que la tengo delante y pasa -como un temblor alucinante de aroma, luces y plata- en la inmensidad de su Palio- me transfiguran en aquel niño, nazareno de la Hiniesta, que nunca perdió la ilusión, ilusión y sentimientos que hoy día permanecen intactos, grabados -en los ojos vidriados de un hombre-  que vuelve a ser aquel niño que cuenta los días que faltan para verla de nuevo -esta vez en procesión Gloriosa por el antiguo caserío de su barrio-  con motivo del 450 aniversario de la aprobación de sus primeras Reglas. 

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