Con la botella de licor del 43 y la de anís de la Asturiana, me levantaba la mañana del día 25, radiante de ilusión a pedir el Aguinaldo por el corredor de la casa de vecinos. Mi abuelo Paco- que no era mi abuelo , pero él me lo demostraba con creces y yo le correspondía como si lo fuera de verdád- me daba cinco duros antiguos, después de saborear la copita a cambio de un beso. Seguidamente iba a casa de mis tatas: Manoli, Rosario y Carmela (esta última me daba un coraje insufrible soportarla, porque a cambio de su “duro” de aguinaldo, tenía que aguantar estoicamente, la carga de achuchones, pellizcos y aluvión de besos convulsimos que me asestaba, cada vez que me veía, pero en fín -merecía la pena- las quince pesetas más que me llevaba a la hucha. Después entre los cinco duritos que arrepiñaba de mis padres, nos dirijíamos a casa de la Abuela Luisa dando un paseo de lo más sentimental, desde San Román a la calle Arenal. Estos paseos gloriosos que se estilaban en el día de los antiguos aguinaldos, tenían su rito y su palma; entre otras cosas se salía “a ver los escaparates” , haciendo estación en distintas paradas, así como rindiendo visitas estratégicas de obligado cumplimiento.
La primera cita, después de pasar revista a las monumentales plantas de San Román, Los Terceros y Santa Catalina(hasta cuando), era hacer estación en la suntuosa cafetería del “Gran Almirante” -entonces ubicada frente a los antiguos Juzgados en la estrechez de Juan de Mesa-. El denso aroma del café; la escogida disposición de su decorado, el amplio mostrador de madera noble con su curvada barra reposacodos, enriquecida de relucientes macollas de bronce pulido, junto al oficio y el exquisito trato de aquellos camareros de guerreras blancas con galones dorados en las hombreras y botones niquelados, hacían honor a su distinguido sitio. Al buen gusto, visual y aromátizado, se añadía el tacto apetitoso de aquellos "petisú", uno de los dulces placeres que me brindaban mis padres y que formaban parte del paisaje navideño de aquellos paseos que seguian bajo los soportales de Imagen hasta la segunda parada de obligado cumplimiento, para ver los sugerentes "maniquies" del primitivo "cortefiel". Sí aquellos genuinos escaparates en la esquina ya con Encarnación, coronados por uno de los más originales anuncios de neón que han publicitado en Sevilla ¿lo recuerdas?...era por Puente y Pellón, donde se accedía a la gran ruta de los escaparates; el cristal lleno de vida, que reflejaba las luces del deseo por aquellas prendas; desde el reclamo de los almacenes Oro Blanco, hasta Vilima, pasando por las Siete Puertas y Alvarez...los bolsos de Casal y el emblemático edificio de Pedro Roldán. Miradas fijas en el espejo de los sueños que no cuestan más dineros que un simple suspiro o una vaga emoción.
Pero todos coincidíamos, frente a frente , cuando alcanzábamos la cima de los escaparates de Galerías Preciados; las mujeres soñando sus muebles y juegos de camas; los modernos electrodomésticos del Philis o Kelvinator; las mágicas lavadoras Bru, todo ello en cómodos plazos. Mi sueño era entonces, el fabuloso "tiburón citroen Payá" teledirigido (por cable)... pero aún restaba un siglo para la noche de Reyes y había que pensar como matar el gusanillo, administrando bien los "aguinaldos".
Faltaban los de la abuela y distaban muy poco de su casa; solo quedaba una parada más, la gran zapatería de Carmelo Orozco en la esquina con Zaragoza. En menos de un "santiamén", divisaríamos los soportales del mercado de entradores, retablo de la Esperanza, nunca mejor dicho; subiríamos las angostas escaleras hasta el segundo piso, cruzaríamos el patio fundamental de aquella Sevilla de cortinas y maceteros y me fundiría en un abrazo con mi venerable abuela de sonrisa extasiada por la claridad de su único diente en pié, que me esperaba-como al primero de sus numerosos nietos- a los que distinguía a la perfección. En su butaca de reina impedida, blandiendo sus eternas agujas de "crochet", para cumplir con el rito: pero antes me tienes que cantar aquello de: "Dame el aguinaldo, carita de rosa..." Cinco "duros" más...¡cual sería mi sorpresa!, cuando mi tio Gregorio, aquel que trajo de canarias un loro para que Paco Palacios el Pali, adornara los patios de su Sevilla, me sorprende con la generosidad sin precedentes de obsequiarme con otra moneda reluciente de cinco "duros". ¡Vive Dios, ciento quince pesetas...toda una fortuna en aguinaldos!. Aquellas navidades de ensueño, me compré el mejor bolígrafo "Parker", como el que usaba, Don Fernando, mi profesor del colegio.