jueves, 6 de octubre de 2011

La Dueña de "LAS DUEÑAS"

Foto ABC.

       Sólo podría añadir a esto que "murió la más grande de las Españas"...aquí yace Cayetana que vivió como sintió.

Se casó la más grande de las Españas; la reina de los títulos nobiliarios, ante la que agachan su soberana cabeza los monarcas; la aristócrata por excelencia, la más sevillana de la Aristocracia, la que cuenta más historia que los azulejos que circundan la Plaza de España; La Duquesa enamorada de Sevilla, preñada de la luz que alumbró al poeta en el huerto claro donde madura el limonero; la que hizo de su vida un canto a la libertad, tejiendo la red de un manto de malla bordado con su propia voluntad; con la real gana de echárselo sobre sus hombros por encima del bien y del mal; venciendo  la extravagancia del dinero y poniéndose el mundo por montera sobre la pelumbre nacarada de su cabellera barroca. Se casó por amor, en contra de sus detractores más impenitentes, saltando la tapia y el pozo profundo de los intereses hereditarios, riéndose de los obstáculos patrimoniales, venciendo la leyenda de sus bienes y repartiendo su incalculable hacienda, para contentar a los adoradores impávidos de su egregia descendencia. Como el lúcido payaso que se rie de su incontestable grandeza, el amor la envolvió en el brillante celefán de la voluntad más  inquebrantable; su fe ciega, abrupta voluntad que se remonta al tiempo y al espacio. Fiel a sí misma, única, irrepetible, constante, digna, orgullosa y sublime en la plenitud de la longevidad, con los pies en el suelo para no perder nunca el equilibrio de su deterioro físico. Siempre altiva pero cercana; siempre amable y admirable ante la diferencia que irradia el resplandor decadente de su incomparable clase. Entre la gloria y el ridículo, Cayetana prestigitó en la cuerda floja de la nobleza y le regaló a Sevilla el ramo de azahares que perfuma sus días más solemnes. La Duquesa entre la bulla semanasantera, muchedumbre ávida y curiosa y se mezcló con su pueblo, arrancándose por bulerías y por sevillanas, una más, descalza y penitente, como lo hace cuando llora delante del Palio de su Virgen de las Angustias, sintiendo y viviendo la eterna madrugá de un Viernes Santo. FELICIDADES, Duquesa.

miércoles, 5 de octubre de 2011

"Game over"



Algo no anda bien cuando la mayoría de nosotros añora volver a las cosas más elementales. Nos lo repite con un soplo de vida y autenticidad los pocos anuncios televisivos que han optado por el encuentro de la sabiduría de los abuelos en ese punto del camino donde se cruzan y congenian con los nietos. Las cosas buenas están ganando la partida a la “playstation” y el “nintendo” que sume a los niños en una abstracción de cuerpo y alma, ante la cual los cinco sentidos se encierran en dos: vista y tacto. Mientras que los niños comienzan a aburrirse soberanamente después de consumir el tiempo de la máquina y paladear el gusto efímero de la golosina y el capricho, los padres terminan por desesperar, reconociendo el fracaso de una educación, cautiva y desosegada, donde las buenas intenciones y mejores deseos para un hijo, han desembocado en la insatisfacción general. ¿quien pudo provocar esa insatisfacción que sienten la mayoría de los niños, teniéndolo prácticamente todo? ¿El malestar que se vive dentro de la familia: (crisis, paro, incertidumbre de futuro)? ¿La influencia del medio: escuela, amigos, clases sociales? ¿o la influencia de la publicidad con su mensaje subliminal y engañoso en aras del consumo? No sabría contestar a eso, puesto que ni soy sociólogo, psicólogo ni analista político (Dios nos libre de los analistas políticos). Lo cierto es que no hay nada más deprimente que observar cómo los niños se aburren -después de darle a la maquinita- y caen en el ostracismo de un estado de nervios reprimidos que desemboca en catarsis. Niños que no escuchan cuando se les quieres aconsejar y niños que no se dejan aconsejar en el lenguaje que utilizamos los mentores. Niños que ni desean que se les trate como menores, ni mucho menos entienden el trato de favor de ponerlos a la altura de los mayores. Y es que los niños, que lo sufren y padecen todo, quieren volver a recobrar el amor incondicional de ser los primeros. Nada peor para un rey que ser destronado de su cuna, saben que su paraíso ha sido compartido, el palacio de cristal que separaba la intimidad de sus padres, la atención primaria ha pasado de curso, ha subido un grado -la dificultad se hace patente- se escuchan en casa palabras frías y amenazantes, se habla de “paro” de ahorro, de falta de recurso, de gastos que superan los ingresos. La madre está triste, pierde la paciencia que atenuaba sus travesuras, razona menos, grita más, ya no consuela los berrinches del niño, con aquella paciencia suave del hueco de sus alas. La discusión absurda, sustituye al diálogo, el tono estridente a la armonía. No hay nada peor para un tirano que ser sustituido por un ser menor y encima asignarle el cuidado y la responsabilidad imposible de atender de su hermano valido. El ejemplo no vasta, cuando la máquina espera para encender la soledad de un niño llenándola de créditos. Los besos tardan en llegar, se retrasan más cada día, se reducen en cantidad y buscan la calidad que le ofrecen en dosis los abuelos. Ante tanta dificultad, la respuesta es bien sencilla, volver a lo elemental: parque, juego, bicicleta. El contacto con el aire libre, sofoca los incendios de soledad de la máquina. El aburrimiento del niño, tiene poca memoria y se olvida pronto, aunque siempre pida moneda a cambio, pero el cariño y la dedicación de los abuelos supera cualquier esfuerzo con la compensación incondicional de lo que no tiene precio. Todo esto, nos lo cuenta magníficamente -casi sin palabras- un anuncio que dignifica la importancia de la televisión en nuestra vida y la misión edificante y positiva que puede llegar a crear sin imposición. “las cosas buenas no deberían cambiar nunca”. Por eso somos nosotros los que tendemos hacia ellas, para llenar el vacío que nos invade.
La calidad no tiene prisa, viene siempre de regreso, en calma, disfruta del paisaje y del camino, porque ya ha vivido la desazón del llegar: ¿llegar hacia donde, hasta este estado de bienestar donde nada nos falta y tantas cosas nos sobran? ¿llegar a sentirnos insatisfechos de tanta satisfacción fortuita y efímera? Los niños desean volver a ser niños y por eso necesitan que sus padres ejerzan de padres; a ellos no les importa la “maquinita”, lo que les preocupa es que la “maquinita” les arrastre hacia la quimera de una soledad adquirida por contagio. ¿Quien se libra de la influencia colegiada? Aquel que mira y se entretiene, aquellos que llaman la atención porque quieren volver a sentirse útiles -los abuelos- que tienen tiempo para perderse en el poco tiempo que les queda y derrochar el amor cosechado. Al fin y al cabo, todos soñamos ese tiempo que nos devuelve la felicidad de aquellos días en que dejamos de ser niños para crecer de aburrimiento a la altura de nuestras responsabilidades. Ahora pedimos ayuda a nuestra madre naturaleza y ella nos vuelve a dictar la magistral lección de lo básico -game over- aquí no hay más juego que el paisaje, más crédito que el olor de la tierra fresca, más nivel y altura que la de los árboles, no hay foto digital, todo es pleno esplendor y mesa compartida en la que todos nos sentamos juntos -desconectados- mirándonos las caras, redescubriendo que la verdad está muy por encima del mundo virtual y no hay nada más cálido que el aliento humano.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Madre admirable

Cuando cruzabas el patio con tu porte mayestático, hermosura proporcionada en altura y peso, rubia teñida, poderosa impasible, la gente distraía sus labores, por verte de pasar, aunque solo fuera de soslayo.
 Tu risa era un torrente atronador que pintaba de color, el sepia de los días y tu voz metálica imposible, desmentía el do esperado por la capacidad de tu voluminoso pecho. Hermana de tus hijos, madre de tus nietos a los que amamantaste, quien como tu para desafiar la vida, adelantándote a su tiempo.
 Yo no sabía, como podía ser posible, tanto temple en la estrechez de tu mirada, en tu gesto apacible, tanta comprensión como respeto a quien no se lo merecía, tanta dulzura y sumisión hacia aquel que ponía locura en tu sobrevivir desordenado. No se comprendía, si no fuera por la calidad de tu bondad o la demencia de amor que te asolaba.
 Grande la felicidad que te inventaste para decorar las paredes desnudas del alma y rebosar por la anchura de tu cuerpo. Grande las obras que modelaron tus manos fornidas, obras de amores pero también de sobradas razones. Después de tantos hijos, varones malogrados en partos imposibles, San Francisco Javier, intercedió por tí ante el altísimo y diste a luz al hijo predilecto, título póstumo a los merecimientos de la dicha contrariada. Fuiste y serás siempre la elegancia distinguida de mis Domingos de Ramos, Mamá grande que presidía la fiesta instituida por el esplendor de la familia en pleno. Alegría de nuestros silencios generacionales y tierra de promisión donde se administraba, la intendencia y logística del dar mucho y pedir poco.
Pero hoy al contemplar tu postración inmerecida, tengo que aferrarme a la cita agorera del ínclito poeta: “hay un momento en la vida, cuando el tiempo nos alcanza”. No hay más verdad que la aplicada en tu cuerpo ahíto, desangelado y casi inerte a tu edad cuando la cosecha era tan digna acreedora de recoger sus mejores frutos. No hay fuerzas, cuando el alma, supera en peso la tristeza que soporta el cuerpo, hay ganas porque nunca te fallaron las fuerzas, pero la soledad -por más acompañada- te ahoga en el mar de las lágrimas olvidadas, pendientes de un pasado vengativo. Estamos contigo, tu sabes que nunca fallaremos al pago amoroso de tan preciada deuda, pero no podremos ayudarte si tu no quieres levantar cabeza, esa que siempre mantuvo la frente despejada, bien alto y que ahora -enferma de amor-
se esconde bajo las sábanas donde reposan los caminos inescrutables de la mente, esperando la voz inaudita, que le diga: “levántate y anda”.

A mi suegra.

lunes, 19 de septiembre de 2011

De la LUZ imperial

Sevilla tiene gracia concedida de hacer la LUZ a la caída de la tarde. LUZ que alumbra el oscuro turquesa de los eternos instantes que cuajan en las alturas. LUZ que enciende los brillos de la estrenada noche y se prolonga en sombras de imperiales, ráfaga y corona, sobre los ocres muros de la ojiva. LUZ que al “cielo con ella” desciende sobre los pies y se propaga encendiendo las tinieblas del mismo pretorio de la Casa Pilatos. Resplandor que lentamente avanza como majestuoso vuelo por Aguilas, buscando iluminar la intención de clausura que le reza una salve. Esta LUZ sabe mucho de madre, por ser madre de todas las que reciben el rayo que dá la vida, Luz que se deja llevar por los estrechos rincones y desemboca esplendente en las antiguas plazas donde las yemas endulzan el paladar con la artesana mezcla de la oración y el trabajo. LUZ íntima cercana, algazara infantil recreada en las aguas de la pila del pato. Ascua peregrina que enciende los sentidos y los abre al rozar los toscos muros del palacio, dejando el corazón atrapado en el cristal de sus oscilantes guardabrisas. Luz que se pone por donde mismo sale, como aurora y ocaso de la Puerta de Carmona.

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